- ¡¡Rápido!! ¡¡Buscadlo!!
Unos hombres habían entrado en mi casa a través de las ventanas. Habían entrado a tropel y sin ningún disimulo. Eran seis hombres bastante grandes de rasgos toscos y desaliñados. Yo aún me encontraba en la cocina, en parte dando gracias al cielo por no haber encendido las luces y en parte maldiciendo el haber olvidado conectar la alarma de la casa.
Agachada desde donde estaba podía ver parte del salón, por donde habían entrado los asaltantes. Tres de ellos subían la escalera a la carrera mientras otros dos registraban los muebles sin ningún cuidado, destruyendo la habitación en el proceso si era necesario.
- ¡¡Vamos!! ¡¡Encontradlo!! - Gritaba el que parecía ser el líder.
Mi corazón volvió a latir con fuerza pero esta vez a causa del miedo. ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Por qué habían asaltado mi casa? ¿Qué buscaban? Respiré profundamente para intentar calmarme y al poco la razón se impuso al pánico. Empecé a rebuscar en el abrigo rezando por encontrar un móvil pero fue en vano.
Volví a asomar la cabeza por la puerta de la cocina, el teléfono inalámbrico del salón estaba cerca sobre una mesilla ¿Podría cogerlo sin que me viesen? Al ver que parecían estar distraídos con el un baúl decidí intentarlo.
Despacio...
Sin hacer ruido...
Sin respirar siquiera...
Unos golpes llegaron desde escaleras arriba y mis tres intrusos se giraron. Sus ojos se posaron sobre mi y dislumbré una mezcla de sorpresa y alegría al verme. No me lo pensé dos veces, alargué la mano para tomar el teléfono y corrí hacia la cocina, cerrando la puerta a mis espaldas.
- ¡¡Cogedla!! - Escuche gritar a uno de ellos - ¡¡Debe saber donde esta el “Magestrus”!!
Mientras marcaba nerviosa el 112 escuché como intentaban abrir la puerta. Apoyé la espalda contra ella con fuerza y esperé a que me diese señal. Empezaron a golpear con fuerza la puerta, tanto que me hacía daño con cada embestida.
- Vamos nena... no te vamos a hacer nada... - Escuche al otro lado de la puerta.
Yo no podía decir nada, hasta que sonó una femenina voz a través de la línea diciendo “Número de emergencias, dígame”.
Un fuerte golpe llegó del otro lado de la puerta, tan fuerte que la puerta cedió y me lanzó hasta el otro lado de la cocina y tan fuerte que casi hizo que me desvaneciese. Intenté levantarme pero el impacto me dejó aturdida.
Una de las figuras se acercó a mi y me levantó del suelo como si fuese una muñeca de trapo. Me sujetaba de la pechera del abrigo y me alzó hasta su rostro.
- Basta de juegos ¿Dónde está el “Magestrus”? - Acerté a escucharle, a pesar de que aún me pitaban los oídos. Las palabras apenas intentaron salir de mi garganta a causa del shock ¿“Magestrus”? No tenía ni idea de qué era eso. La espera pareció impacientarlo y volvió a preguntarme - DIME DÓNDE ESTÁ EL “MAGESTRUS” - Me ordenó con un tono totalmente distinto al anterior.
Todavía tenía la visión borrosa pero distinguí sus ojos mirándome fijamente. Me sostuvo el rostro con sus manos gélidas para mantenerme la mirada hasta que sonaron fuertes golpes del otro lado de la puerta y desvió la mirada.
Cuando miré hacía la puerta destrozada ví en la oscuridad el perfil de uno asaltantes dar contra el marco de la puerta con un sonoro “crack”, como el de un melón al romperse. Las manos que me apresaban se aflojaron y conseguí zarandearme lo suficiente para que me soltase, para cuando él intentó volver a agarrarme yo ya estaba corriendo hacia la salida de la cocina.
Me tropecé con una sombra en la puerta que me agarró con firmeza y me atrajo hacía sí. Intenté zafarme de su brazo pero no hubo manera, no fue hasta que me di cuenta de quién era que dejé de resistirme. Mi invitado sin nombre.
- No he venido solo - Dijo el extraño asaltante a modo de amenaza.
- ¿Tus cinco secuaces? Ya me encargué de ellos.
- No te metas en esto, o te garantizo una muerte agónica - Apenas pude ver en la oscuridad, pero me pareció ver un destello en sus ojos mientras decía aquello.
- No creo que quieras pelear conmigo, sanguijuela - Sentenció mi desconocido.
Entonces escuché algo que hizo que se me pusieron los vellos de punta. Un grave gruñido. Surgió de la garganta del muchacho que me sostenía, como si de un animal se tratase.
Todo sucedió muy rápido. Primero las manos del otro hombre se encendieron en llamas. Entonces el chico me cogió y saltamos hacia el salón solo para ver como el lugar donde habíamos estado escasos segundos antes estallaba incinerado. La onda de calor llegó a nosotros pero el cuerpo de él se había interpuesto en gesto protector. Casi sin darme tiempo a reaccionar el chico se puso en pie y me vi arrastrada por él, más que nada porque me había agarrado a su brazo como si no hubiese mañana. Se detuvo un momento y se quedó mirándome, como si estuviese sopesando qué hacer a continuación. A continuación salimos por una de las ventanas que habían utilizado los asaltantes y llegamos hasta el jardín, pero él seguía corriendo. No pude más que dejarme llevar y volver la vista para mirar como mi casa, una bonita unifamiliar en la zona residencial “Los Guardianes”, se estaba incendiando.
Corrimos en mitad de la noche a través de la carretera principal alejándonos de mi barrio, que estaba desierto. El chico tiraba de mí y yo intentaba seguirle el ritmo a sus largas zancadas pero era obvio que lo retrasaba. Su cuerpo atlético, sus largas piernas y su forma de correr delataban que se le daba muy bien las carreras y que posiblemente podría correr mucho más deprisa si no estuviese cargando conmigo. Llegamos hasta el puente y él continuó corriendo, íbamos hacia el centro de la ciudad, hacía la isla llamada comúnmente “Ciudad vieja”.
Fue cuando estábamos por la mitad del puente cuando comenzaron los disparos. No había escuchado antes un disparo en mi vida menos en las películas, y os puedo asegurar que no tiene nada que ver. Volví la vista un segundo y ví como dos furgonetas negras se dirigían hacia nosotros a toda velocidad, cada uno con un hombre asomándose por la ventana del copiloto con una pistola en la mano. El escuchar como una bala golpeaba la barandilla de metal en donde hacía escasos momentos habías pasado era aterrador. Mi chico sin nombre seguía corriendo sin mirar atrás, ¿habría hecho él esto antes?
Atravesamos el puente y cambió de dirección hacia la derecha. Había una larga valla de cemento de un metro de altura y me izó para pasar sobre ella, aunque no parecía que hubiese sido un gran esfuerzo para él, saltó el obstáculo y continuamos la carrera. Al escuchar el rechinar de los neumáticos volví la vista de nuevo. Nuestros perseguidores se detuvieron junto a aquel obstáculo e hicieron varios disparos. Todavía no sé qué me dio más miedo, si el destello de las armas o el zumbar de las balas a nuestro alrededor. Pero entonces ví como tuvieron que continuar su camino porque aquella masa de cemento y hormigón los forzaba a dar un rodeo o abandonar sus vehículos. Miré al chico, era listo, tenía que serlo, estaba haciendo lo posible por retrasarlos solo utilizando sus piernas y su ingenio, a mí no se me habría ocurrido.
La carrera continuó y nos acercamos al centro de la ciudad. Noté que el cansancio empezaba a hacerse presa de mí, la adrenalina ya no era suficiente para olvidarme de que tenía piernas y de que yo no era precisamente una chica que soliese salir a correr. Intenté detenerme pero él seguía manteniendo el mismo ritmo, su aguante era impresionante. Cuando pasábamos junto a un edificio volvimos a escuchar el rechinar de neumáticos a nuestras espaldas, ví que era solo una de las furgonetas ¿dónde estaba la otra? Maldije nuestra suerte cuando escuché como el otro vehículo salió de la calle que pretendíamos atravesar, pasando a escasos metros de nosotros. El chico se detuvo en seco y giramos ciento ochenta grados ¿Estaba loco? ¡Íbamos hacia la otra furgoneta! Escuche tres tiros a mi espalda y el zumbar de las balas, casi me entró el pánico, habría salido corriendo de no ser por la mano que me tenía sujeta con firmeza. Cuando corrimos como diez metros se detuvo frente a la puerta del edificio y de un golpe de hombro la abrió con un fuerte crujido y me introdujo dentro. Sonaron más disparos en ese intervalo pero al segundo él también estaba dentro de la protección del edificio, pero no se detuvo. Aquello era el vestíbulo de un edificio de pisos de mala muerte, al fondo a la derecha estaba la puerta de un ascensor con un cartel que rezaba “No funciona” y a la izquierda estaban las escaleras, y corrimos hacia allí.
Aquel ascenso fue digno de una pesadilla. Mis piernas, que al escuchar los neumáticos habían decidido olvidarse un rato del dolor, comenzaron a quejarse al llegar al quinto piso. El eco de los gritos de nuestros perseguidores a través de aquella escalera tampoco ayudaba, y por el sonido parecía que nos estuviesen alcanzando, y no creo que fuese por mi atletico amigo, yo era una carga. En ese ascenso mi mente se detuvo a pensar ¿Cuál sería su nombre? ¿Por qué me buscaban estos hombres? ¿Por qué este chico me protegía? ¿De dónde había salido?
Llegamos al décimo piso y se nos acabó la serpenteante escalera y nos encontramos con otra puerta de metal. Él levantó la pierna y de un golpe en la cerradura la echó abajo, fue entonces cuando me dí cuenta de que aquella fuerza no era normal. Salimos al exterior, a la azotea y a medio correr nos detuvimos al borde de un pequeño muro de medio metro. La luz de la media luna nos bañaba y miré la espalda del chico. En sus hombros empapados de sudor asomaban unos tatuajes de un tono azul brillante con símbolos tribales que se perdían dentro de su camiseta roja de mangas arrancadas. Su brazo izquierdo estaba manchado de sangre pero no ví herida alguna.
- Estamos atrapados - Dije señalando lo obvio. El edificio que teníamos delante estaba como a 7 u 8 metros, no había escalera de incendios ni nada parecido. No teníamos escapatoria. El chico me miró.
Un disparo. Dolor ardiente en mi muslo derecho. Salpicar de un líquido tibio por mi pierna. Los fuertes brazos del chico evitaron que cayera al duro suelo. Mi mente amenazó con desmayarse, me habían disparado ¡A mí! ¡A una rata de biblioteca! No había hecho nada para merecer todo esto. Mi amigo sin nombre me tomó en brazos y cargó con todo mi peso, con un gesto saltó. Sentí mi cuerpo ingrávido durante unos segundos, como cuando subes a una montaña rusa y pierdes el sentido de dónde está el arriba y el abajo y el aire sonar en mis oídos. Me arriesgué a mirar por encima de su hombro y vi como nos alejabamos del portón por el que habíamos salido y nuestros perseguidores nos miraban con cara de asombro. La gravedad volvió a hacerse notar y ví como estábamos sobre ese edificio que hacía escasos momentos había dado por inalcanzable.
Él trotó hacia el centro del edificio y los tiros volvieron a hacerse notar, hasta que llegamos a un gran cubo que debía ser un extractor de aire y me dejó allí sentada para abrazarme en gesto protector, su corazón latía con fuerza pero firme, no loco y desbocado como el mio. Me sentía mareada y confusa, todo estaba pasando demasiado deprisa para mí, pero las balas no parecía que quisieran darnos un solo respiro.
- ¡¡Ya los tenemos!! - Escuché desde el otro edificio - ¡No pueden escapar de ahí!
Él abrió el abrigo que me cubría para inspeccionar la herida y recordé que bajo ese abrigo que había tomado prestado del chico me encontraba desnuda y descalza. Él puso su mano sobre la herida y me miró.
- ¿Te duele? - Y apretó.
- ¡¡AAAAHHHHHHH SÍÍÍÍÍÍ!! - No pude evitar gritar por el dolor lacerante que me subió por la pierna - ...Cabrón... - Le susurré cuando dejó de apretar
- Estate quieta - Sentenció con tono seco, empezó a hurgar en uno de los bolsillos traseros del abrigo hasta que sacó un trapo amarillento y húmedo que despedía un olor dulzón. Los disparos no cesaron y las balas al estallar contra el suelo hacía que brotasen chispas.
- ¿Todas las citas contigo serán así? - Le dije medio atontada, intentando encontrar algo de humor en esto. Me negué a mirar mi herida, seguro que me desmayaba allí mismo. Él me miró como si no comprendiese lo que le había dicho.
- Es leve - Dijo, supuse que refiriéndose a mi pierna - Esto te calmará - Y vendó mi muslo con aquel trapo, anudandolo con fuerza y no sin dolor para mí. Mientras lo hacía pude entre escuchar como musitaba algo en voz baja que no entendí.
- Vale - Me propuse sobreponerme al miedo y al dolor - ¿Y ahora qué? - Le pregunté cuando le vi mirar por encima de nuestra cobertura - ¿Cómo escapamos?
Él miró a un lado y a otro, la salida estaba como a quince metros, pero seriamos un blanco fácil para nuestros perseguidores, y yo no podía correr mucho más con la pierna herida. Todo aquello era obvio incluso para mí. En sus ojos pude ver como su cerebro estaba trabajando a toda velocidad y que una idea se le pasó por la mente que se reveló como un chispazo en sus grandes ojos verdes.
- Te vas a quedar aquí - Parecía más una orden que una sugerencia - Y pase lo que pase, no vas a mirar.
- ¡¿Qué?!
- Te vas a quedar aquí y pase lo que pase, no vas a mirar - Repitió palabra por palabra. Me sostenía la mirada completamente decidido, no iba a aceptar un no por respuesta. Tras unos segundos asentí con la cabeza.
Él se puso en pie y empezó a correr deshaciendo nuestros pasos, dirigiéndose hacia los hombres que nos disparaban. Yo solo pude ver el perfil de la “Ciudad Vieja” ante mí, pero lo que empecé a escuchar fue terrorífico. Primero los disparos aumentaron en número, solo para escuchar como un rugido sobrenatural trajo el silencio. Los gritos de terror de aquellos hombres y algún disparo más rompió aquel silencio. Golpes, gritos y desgarros, el crujir húmedo de algo al romperse por la mitad, una fútil súplica por su vida que acabó con un grito que se perdía en la lejanía para acabar violentamente contra la acera, más desgarros y más sonidos de cosas rompiéndose. Y luego silencio.
Durante todo aquel tiempo apenas pude evitar la tentación de mirar, pero me daba un miedo atroz, mi cuerpo no quería reaccionar. “No vas a mirar” le recordé decir. Puse todo mi empeño en fijar la vista en el perfil del centro de la ciudad bañado por la luz luna.
Un sonido seco de algo saltar hacia mí. Unos pasos de algo tremendamente pesado se acercaban, como si de una bestia se tratase. Mi cuerpo empezó a temblar al sentir la presencia de que una pesadilla hambrienta me iba a devorar, como si de una niña pequeña me tratase y tuviese miedo al coco. Los pasos se acercaban más y más, pesados, firmes, decididos.
- Listo - Dijo mi amigo sin nombre al aparecer por detrás de mi cobertura - Estos no nos darán más problemas, pero tenemos que movernos. Pronto vendrán más.
Lo miré incrédula, era el mismo chico que se había ido hacía escasos cuarenta segundos, pero su rostro estaba empapado en sangre al igual que sus brazos y sus manos. Se estaba limpiando la sangre de la cara con un trozo de tela que terminó tirando al suelo como si fuese la cosa más natural del mundo. Me tendió la mano para ayudarme a levantarme.
A los pocos segundos y a la vista de mi indecisión, me forzó a levantarme. Sorprendentemente la pierna ya no me dolía, pero mi mente comenzó a trabajar a toda velocidad, analizando cada cosa que había sucedido a lo largo de la noche ¿Podía ser? Tenía miedo a la conclusión a la que estaba a punto de llegar.
Tiró de mí hasta la salida y la abrió de otro golpe de hombro y comenzamos a bajar pero esta vez, para alegría de mis piernas, en ascensor. Durante la lenta bajada le pregunté.
- ¿Cómo te llamas? - Me miró y esperó, como si me analizase.
- Me llaman Zero - Terminó contestándome justo cuando se abrió la puerta del ascensor, y tiró de mí hacia el exterior.
...Continuará...