El dolorido y joven estudiante se lanzó contra su maestra en un arrebato de ira blandiendo su espada, saltó hacia ella con la intención de darle un golpe descendente, pero fue un movimiento demasiado obvio y le golpearon duramente en el costillar izquierdo. El desgraciado cayó contra el suelo de costado y no tuvo siquiera la oportunidad de esquivar el segundo golpe, una patada rotatoria descendente con el talón contra su espalda. Los gritos de dolor llenaron el dojo.
- ¡Ahora vosotros dos! - Gritó a otros dos aprendices.
Los muchachos dudaron al principio pero blandieron sus sables contra la mujer. El primero en arremeter contra ella recibió un sonoro golpe contra su cabeza que a punto estuvo de abrirle una brecha. El segundo esperó y se acercó con más calma con el arma apuntando hacia su contrincante, tal y como había aprendido hace mucho tiempo en sus clases de esgrima. Tanteó con cuidado a su maestra solo para ver como ella rechazaba todos sus intentos con su arma de madera. En una de esas intentonas recibió una estocada en el plexo solar, si no hubiese tenido la punta roma seguramente lo habría atravesado, en este caso solo lo lanzó hacia atrás. Pero esta pareja no parecía querer rendirse tan rápido. Se miraron el uno al otro y embistieron al unísono y de frente con la intención de no dejarle hueco donde poder moverse, atacando uno por arriba y otro por abajo. El plan habría cogido a otro por sorpresa pero no a ella, había tenido el mejor maestro en la lucha cuerpo a cuerpo que se podía pedir y había afilado sus reflejos hasta los límites humanos. De un salto se deslizó entre las dos estocadas con la cara al frente para con el mismo impulso agarrar a uno de ellos por el cuello con sus piernas mientras que golpeaba al otro en la nuca con el pomo de su espada de roble y rodaba para lanzar al primero contra el suelo, terminó el movimiento con una fluida voltereta hacia delante y se levantó en un mismo movimiento. Dos menos, quedaban tres.
Miró a los tres que quedaban, dos muchachas y un muchacho, todos con una réplica en madera de sus katanas. Estaban en los extremos del tatami y formaban un triángulo, con las armas listas y los rostros serenos. Sin esperar la orden empezaron a avanzar hacia ella poco a poco y con calma, en posición de Chidan No Kamae, una postura del Kendo. Sus rostros delataban su intención de esperar a que ella hiciese el primer movimiento y una ligera sonrisa se reflejó en los labios de la maestra. De repente ella lanzó su arma al aire, dio una palmada y se agachó para tocar el suelo con la palma derecha.
- ¡¡Argentum Hastae!! - Gritó, y súbitamente del suelo a su alrededor crecieron unas púas de metal que impactaron con fuerza a los tres aprendices en diversos sitios de sus torsos. Los pobres jóvenes que no se esperaban aquello cayeron sin remedio sobre sus espaldas.
Una de las últimas muchachas, Katherine, fue la única que se levantó aún con el arma en la mano. Echó un rápido vistazo a las púas y a su maestra. Pudo comprobar cómo las púas, que afortunadamente eran romas, estaban hechas de plata. No solo había hecho crecer del suelo de madera unas púas, sino además había transmutado la materia. Los oscuros ojos de la profesora se cruzaron con los almendrados de su alumna mientras la primera alzaba la mano para recoger su arma al vuelo.
Eran tremendamente distintas, por un lado la alumna de rasgos asiáticos y tez morena llevaba su pelo castaño claro con un corte recto que no llegaba a los hombros y llevaba un kimono blanco de cinturón negro. Formaba parte de la Hermandad Akáshica. Por otro lado la maestra occidental de piel clara llevaba su larga melena negra azabache recogida en una cola alta e iba ataviada por un kimono negro de cinturón púrpura con detalles dorados. Era miembro de la Orden de Hermes. Pero tenían tres cosas en común: Sus armas eran replicas de katanas, tenían la misma edad y ninguna se iba a dar por vencida. A sus 24 años ambas habían aprendido a darlo todo en cada suspiro. La alumna cerró los ojos un instante.
- Menimienai - Dijo la alumna en un susurro, y su cuerpo desapareció, dejando a su profesora solo con cuatro alumnos.
La maestra apenas había salido de su asombro cuando a sus espaldas escuchó un susurro: “Gin”. Giró sobre sí misma y puso la espada entre la fuente del sonido y ella, lista para rodar con el golpe, de no ser por sus reflejos quizás no lo habría contado. Katherine apareció en mitad de un salto y le lanzó un tajo lateral de izquierda a derecha que cortó el arma de su profesora, la cual rodó hacia atrás con violencia ante semejante golpe inesperado.
Cuando levantó la mirada para observar a su aprendiz pudo contemplar como la katana que antes era de madera ahora era de reluciente y afilada plata. De no ser por su entrenamiento y sus reflejos aquel filo podría haberle rebanado el pescuezo. “Así que esas tenemos” pensó al poner de nuevo a juicio el nivel de su aprendiz. Sonrió, tal y como sonreía el que le había enseñado a luchar cuando ella conseguía encontrar un punto flaco en sus defensas, y tomó su espada rota con fuerza con ambas manos y se concentró. Al momento abrió los ojos y se lanzó contra la asiática, que la esperaba con la guardia preparada.
- ¡¡Argentum Augmentum!! - Exclamó a la carrera y su espada de madera creció al instante con un nuevo filo plateado.
El primer y segundo golpe chocaron contra el arma de la defensora, arrojando chispas al aire. Pero el tercero, una estocada en dirección a la cara de Katherine, fue esquivado por esta al agacharse, brindándole la oportunidad de golpearle el torso a su maestra. Un tajo ascendente que no alcanzó su destino jamás, pues la occidental había previsto aquella maniobra y esquivo el corte con gran maestría, agarrando al mismo tiempo la muñeca de su alumna para hacerla girar con una llave de yudo. Giró como pudo junto a la llave para no hacerse daño y aprovechó el impulso para levantarse, quedándose a escasos dos metros de su contrincante.
El resto de aprendices habían recobrado la forma y salido del tatami para observar como profesora y alumna se enfrentaban en duelo. Ninguna parecía estar dispuesta a ceder, una por ser una orgullosa de rango superior y otra por pensar que una occidental no podía ganar a una oriental en su propio terreno.
- Kasoku suru - Escucharon decir a la segunda.
- Perget celeritate - Respondió la primera.
Entonces se desató un huracán de golpes que apenas eran capaces de seguir con la vista. Solo el chocar de las armas y algunas chispas que saltaban les permitía percatarse de donde se encontraban en cada momento. Su velocidad había sobrepasado los límites humanos y se movían como relámpagos en una tormenta furiosa. Uno de los cristales del ventanal saltó por los aires a causa de las ondas de choque y cayó en picado 23 pisos hasta impactar contra la acera a rebosar de peatones. Una de las alumnas se asomó para ver si hubo algún herido pero apenas alcanzó a ver otra cosa que rostros mirando hacia arriba.
De vuelta al combate, tanto el tatami como el resto de la decoración y artilugios de entrenamiento del dojo estaban recibiendo cortes perdidos y ondas de impulso, por fortuna a uno de los alumnos se le ocurrió levantar una barrera en donde se encontraban ellos, porque de no ser por él podrían haber muerto. De entre los sonidos que salían del tatami escucharon un sonoro golpe y un grito: “¡¡EXITIUM!!”
Maestra y aprendiz salieron volando en direcciones opuestas del tatami pero al llegar al suelo estaban con las armas listas y en posición de guardia. Cuando Katherine levantó el arma un centímetro pudo ver como su hoja caía, cortada y partida en tres pedazos, quedándose únicamente con el mango de su katana. Al mismo tiempo sintió tres cortes a la altura del pecho y al bajar la vista vio que su kimono había sido cortado a tres alturas. El arma apenas había rozado su piel y tenía unos cortes muy leves pero tenía la seguridad de que aquello fue una advertencia. La alumna miró a la aprendiz y se relajó, bajando el arma e inclinándose respetuosamente ante su superior en rango, habilidad y poder.
- Escuchadme atentamente - Dijo a los seis alumnos - Habéis venido hasta mí por decisión propia, sé que cada uno tenéis vuestra historia pero no podéis olvidar lo que sois: Hacedores de la Voluntad. No os dejéis llevar por la ira, esa es su mayor debilidad, su rabia apenas contenida y que ciega su juicio, aprovechaos de ella - Dijo al tiempo que señalaba a su primer alumno - Un combate contra ellos no os permitirá un acercamiento pausado, ni segundas oportunidades ya puestos. A la primera señal, atacad con todo lo que tengáis - Contó mientras señalaba a la segundo pareja de alumnos - Y que nunca os vean venir, atacad rápido y duro, pero no les dejéis dar el primer golpe. Debemos ser cazadores, no su presa - Dijo al tiempo que señalaba al tercer grupo - Recordad que no son humanos, aunque lo parezcan. Vuestro Kenjutsu puede ser muy bueno, pero contra una bestia con garras y dientes debéis modificar ese estilo.
Los seis alumnos asintieron con la cabeza, aquella había sido la primera de muchas clases que recibirían para formarse como el brazo armado de los suyos, los Magi, ante la guerra que se cernía sobre todos en aquella isla.
- Os veo a todos mañana a la misma hora - Dijo mientras se dirigía a la entrada, y con una sonrisa cruel añadió - Y Katherine, te toca limpiar el dojo, los demás podéis iros -A la pobre muchacha se le cayó el alma a los pies cuando vio el desastroso estado del dojo.
La maestra terminó en su ducha personal de aquel edificio y agradecida se desnudó y activó la palanca que accionaba el agua caliente. El agua tibia descendió por su cuerpo masajeando sus cansados músculos, transportándola a otro lugar, a otro tiempo. Por un momento sintió como si abandonara aquel lastimoso cuerpo y sus problemas, tanto personales y como ajenos. Solo deseaba llegar a casa y tumbarse en su sofá, pero dada la hora que era debía ir a trabajar y quizás saltarse el almuerzo.
- ¿Por qué acepté este trabajo? - Preguntó en voz alta, con la seguridad de que se encontraba sola.
- Porque gracias a este trabajo alcanzarás tus propósitos - Le contestó una voz masculina dentro de aquella habitación.
Durante un momento ella se sobresaltó hasta que reconoció al hombre sentado junto al lavabo. Un apuesto señor moreno, con una ligera barba y un largo cabello oscuro que comenzaban a peinar canas, ataviado con ropas elegantes pero que no terminaban de encajar con la época en la que se encontraban. La miraba sin pudor alguno y con su típica sonrisa.
- Y porque le odias - Añadió.
- ¿Podrías al menos no aparecer mientras estoy duchándome? - Dijo ella con una mirada cargada de ira y dejando de ocultar sus vergüenzas.
- Sabes que siempre estoy presente - Inquirió él.
- Me da igual, no aparezcas, mándame un fax - Él no pudo sino reír ante tal insinuación - ¿Quieres algo? ¿O solo vienes a molestar?
Ella echó una mirada al reloj y sin ganas cerró el grifo de la ducha para secarse y arreglarse. Volvía a llegar tarde al trabajo.
- Solo venía a recordarte el propósito de esta tarea. Por si lo habías olvidado, esto es el precio a pagar por las investigaciones que el Triatrúm te permitirá hacer - Dijo él, sin dejar de mirarla.
- ¡Ya lo sé! - Exclamó hastiada - Me costó dios y ayuda convencer a esos tres estirados, en especial a ese Rien-Rien... - Soltó un bufido de desagrado - Es casi más puntilloso que tú.
- Pero te permitirá completar ese viaje que tanto anhelas ¿no? - Le recordó.
Ese hombre que estaba junto a ella mientras se enfundaba en sus pantalones era su Avatar, un ser de otro lugar que actuaba como profesor y guía de aquella maga. En muchas ocasiones se alegraba de verlo pero desde que llegó a aquella ciudad hace casi dos años siempre había intentado evitarlo, a pesar de que aquello era tan imposible como evitar tus propios pensamientos. Estaba atado a ella y ella a él por un lazo imposible de romper, además de ser la fuente de su poder. A veces, a causa de esto, envidiaba a los Magi (como los magos solían llamarse a sí mismos) menores, pues sus Avatares no tenían el poder suficiente como para materializarse, se conformaban con sutiles avisos, como sueños o pura intuición. Ese ser era un arma de doble filo. Mientras pensaba en todo aquello terminó de enfundarse el traje de chaqueta y se puso unas sandalias con un leve tacón.
- Mira Merlín, ahora no tengo tiempo - Dijo despidiéndose del hombre - Si llego otra vez tarde mi jefe me cogerá manía.
Dicho lo cual, abandonó la habitación y luego el edificio para pedir un taxi rezando por no llegar tarde.