domingo, 1 de diciembre de 2013

Plata líquida (segunda parte)

- Maldito estafador - Musitó para sí misma contra el taxista mientras subía los escalones.


Empujó las puertas del museo justo cuando el gran reloj del vestíbulo marcaba las 3 de la tarde. El sentir en su piel el frescor del aire acondicionado fue realmente acogedor si lo comparaba con el ardiente taxi y el calor veraniego que empezaba hacer. Aún no entendía cómo en una ciudad tan al norte podía hacer tanto calor. Esquivó con gracia a un grupo de estudiantes de secundaria que justo salía del edificio y con una sonrisa saludó a Óscar, uno de los guardias de seguridad.

Pero ese día ni el calor ni la muchedumbre era capaz de hacer que sus pensamientos dejaran de darle vueltas al grupo al que había empezado a entrenar. No eran un mal grupo de estudiantes pero ¿serían capaz de cazar?. Mientras cruzaba el amplio pasillo se cuestionó si aquello estaba bien pero aquel pensamiento murió cuando empezaba a bajar las escaleras. Se encontró la puerta de seguridad a pocos metros y mientras enseñaba su identificación al guarda el pragmatismo la envolvió como si de un manto se tratase. Era un precio, solo un precio, y los precios había que pagarlos. “Es lo justo”, pensó mientras atravesaba el portón con un letrero que rezaba “Solo personal autorizado”.


Caminó por los pasillos saludando a algún que otro compañero hasta llegar a su lugar de trabajo: “Restauración”. Entró en aquel almacén y lo encontró desierto, solo viejas estatuas y grandes bodegones le dieron la bienvenida. Llevaba apenas un mes trabajando en el museo y ya se estaba labrado una reputación como una de las mejores restauradoras de piezas antiguas de la ciudad, incluso del país. “Necesitas un trabajo honrado” siempre le había dicho Merlín. No podía vivir siempre de convertir pequeñas piezas de artesanía en oro y simplemente venderlos en cualquier casa de empeño, y menos en su actual situación.

La Sala de Restauración estaba vacía, como a ella le gustaba. Una de las primeras exigencias que trajo consigo fue que estuviese siempre sola mientras hacía su trabajo. Al principio el director del museo se lo tomó a broma pero al ver los resultados de su trabajo no pudo negarse. Utilizaba Magia, como siempre en su vida diaria, para conseguir los mejores resultados posibles, pero aquello era un secreto que los durmientes, los humanos normales, no podían descubrir. Nada más entrar puso a funcionar su Arte y el tocadiscos se encendió solo haciendo sonar el Nocturno en Re Bemol mayor de Chopin. Aquella música le relajaba y tenía la virtud de conseguir que ejercer su Magia fuese más fácil.

Encontró un gran cuadro sobre la mesa que sería su próximo trabajo, pero de una forma que no pudo explicar la intranquilizó. Era una representación de una batalla donde miles de soldados se aguijoneaban entre ellos. La escena estaba centrada en un grupo de mujeres que intentaban proteger con sus cuerpos a unos bebes en gesto suplicante, solo querían proteger a sus pequeños pero los soldados parecían ignorar sus lamentos y les hacían gestos hostiles. Había una mujer, más joven que todas las demás y casi la única que estaba en pie pero no suplicaba. Sus manos estaban alzadas a ambos lados y parecía hacer frente a los usurpadores sin miedo, como si sus armas no pudiesen herirla. Sentimientos enfrentados hicieron entonces mella en su manto pragmático, emociones que hace mucho había querido enterrar sin mucho éxito y que ahora ganaban la batalla, haciendo arder sus ojos.


- No le odio... - Susurró al cuadro - Es solo que...

El toc toc de la puerta la sacó de su ensoñación y rápidamente detuvo toda actividad mágica. La puerta se abrió y una muchacha pelirroja con una bolsa naranja entró.

- ¡Hola! ¿Qué tal va la cosa? - Preguntó con una amplia sonrisa.

- Creí haber dicho que no quería que nadie me molestase mientras trabajaba - Dijo la maga, reprochándose a sí misma haber olvidado echar el cerrojo.

- Ya, pero te ví por el pasillo y tenías cara rara - Decía mientras se acercaba - ¿Has almorzado?

- ¿Almorzado? - La simpatía que demostraba la catalogadora del museo a veces la azoraba, desde que había llegado había mostrado mucho interés en la maga, tanto que en su momento le tuvo que hacer un escaneo mágico en busca de trazas místicas, pero para su tranquilidad nunca encontró nada.

- Tienes cara de hambre ¿Comida china? - Le dijo al tiempo que le enseñaba la bolsa que llevaba - No creo que a Christopher le importe que pares cinco minutos.

Ciertamente, estaba muerta de hambre, por lo que aceptó agradecida. Se fueron a una mesa que estaba más despejada y almorzaron juntas mientras hablaban de cosas insustanciales, lo cual ella agradeció en silencio. Cualquier cosa para alejarse de sus preocupaciones.

- Veo que estás trabajando con “La intervención de las sabinas” - Dijo la pelirroja.

- Sí bueno, ignoraba que se llamase así - Le respondió algo avergonzada. El arte no era su fuerte.

- Nos lo ha “prestado” el Louvre para que le hagas una de tus fantásticas reparaciones. Lo cierto es que está hecho un asco - Comentó con algo de desagrado - Estos franceses...

- ¿Quiénes son? - Quiso saber la morena de pelo lacio.


- Forma parte de la mitología romana - Empezó a contar tras un largo trago de su refresco - Según la leyenda, en los tiempos de la fundación de Roma había muy pocas mujeres. Para ponerle solución a dicho problema Rómulo invitó a todos los pueblos de la zona a unos juegos deportivos en honor de Neptuno. El pueblo de Sabinia fueron con sus mujeres e hijos. Cuando comenzó el espectáculo los romanos secuestraron a todas las mujeres y echaron a los varones.

“Los romanos convencieron a aquellas mujeres que solo querían desposarse con ellas y que deberían sentirse orgullosas y honradas por ello, pues iban a formar parte del pueblo elegido por los dioses. Ellas impusieron una única cosa: Que de todos los deberes domésticos solo se ocuparían de telar, y que serían las gobernantas de su hogar.”

“Años más tarde, los sabinos aún recordaban la traición y el rapto de sus mujeres, por lo que se levantaron en armas contra los romanos y los acorralaron en el Capitolio. Cuando se iban a enfrentar en lo que sería la batalla final las sabinas se interpusieron entre ambos ejércitos para detener la lucha.”

- ¿Y eso por qué? - Preguntó la maga, hechizada por las palabras de la experta en Historia.

- Porque si ganaban los romanos perderían a sus padres y hermanos - Hizo una pausa - Pero si los sabinos se alzaban victoriosos perderían a sus hijos y sus maridos a los que habían aprendido a amar.

Se habían levantado mientras hablaban para admirar la pintura. La historia que acompañaba a aquella obra de Jacques-Louis David era hermosa aunque extraña. Con su tinte trágico y romántico. Aquello hizo recordar a la maga otros tiempos en los que era más joven, más idealista, más romántica. Su mente se perdió durante unos momentos en los años más felices de su vida junto al único hombre que había amado. Un hombre único, un hombre de honor, un hombre simple, un hombre que nunca le pidió nada. Un hombre al que ella había abandonado.

- ¿Samantha? - Preguntó preocupada la pelirroja - ¿Estás bien?

- Sí Sarah-Ann - Le respondió ella - Me ha venido a la cabeza mi difunto abuelo, que le encantaba la historia, le habrías fascinado - Mintió mientras se secaba las lágrimas.


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Pido disculpas por este capitulo tan barato, pero la verdad es que tenía que subirlo. 

Próximamente, más historias de la ciudad de Ibris :) Que sé que la tengo algo abandonada.

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