- ¿Dónde vamos? - Le pregunté al chico que decía llamarse Zero - Deberíamos ir a la policía.
Él se quedó mirándome un momento, como si analizase lo que le acababa de de decirle.
- Ellos no pueden ayudarte - Sentenció, y continuó tirando de ella.
Desde luego el chico no era la persona más conversadora del mundo, siempre me respondía con frases cortas y monosílabos. Atravesamos calles y callejones en la noche, pero mis piernas casi no respondían después de la carrera que me había hecho dar, pero él había insistido en que no debíamos detenernos. “Aún nos siguen” había dicho. Estaba tan cansada que tropecé al subirme al bordillo de la acera.
- Espera por favor - Le supliqué - Estoy agotada.
Con una mueca de disgusto asintió y sin decir palabra me permitió sentarme en el portal de uno de los edificios. Mis piernas descalzas se sintieron aliviadas y mis pulmones tuvieron un respiro. Mientras mi sudor se enfriaba en mi cuerpo desnudo bajo el abrigo miré a mi salvador, aún estaba ojo avizor, sin dejar de vigilar a cada uno de los transeúntes, chicos y chicas que volvían de fiesta, debían rondar las siete de la mañana. Él aún tenía las manos manchadas de sangre, que junto al hecho de que estábamos en las sombras le daba un aspecto bastante atemorizante.
Hice acopio de valor y le hice la pregunta que llevaba ya rato dando vueltas en mi cabeza:
- ¿Eres un hombre-lobo? - Entonces giró rápido la cabeza para mirarme con el ceño fruncido - Eso lo he deducido yo sola.
Me miró durante un momento. Hombres-Lobo, criaturas monstruosas, bestias sedientas de sangre y cazadores rabiosos. Mi hermana Medianoche me había hablado de ellos, eran cambiaformas carentes de control que habían exterminado a los bastet y a todos los demás cambiantes hace muchos siglos. Asesinos y genocidas.
Empezó a caminar hacia mí, despacio y sin dejar de mirarme a los ojos.
- Y tú eres una pariente - Se puso en cuclillas muy cerca, sin dejar de mirarme con aquellos grandes ojos verdes y cuando su rostro estuvo a apenas un centímetro del mío pareció olerme - Pero no de los míos.
Parecía enfadado ¿Lo habría ofendido? Medianoche me dijo una vez que eran muy violentos ¿me pegaría? Consideré muy seriamente poner pies en polvorosa pero sabía que sería inútil, me alcanzaría y devoraría.
Si lo notó en mi cara nunca lo sabré, pero su rostro se relajó y me sonrió.
- Vamos - Dijo mientras me ayudaba a levantarme - estamos cerca.
Llegamos a la Avenida de Bécquer, la calle principal del barrio gótico y nos metimos en uno de los varios callejones que desembocaban en él, aunque no alcancé a ver el nombre en la placa. El cielo comenzaba a clarear y los muchachos que estaban de fiesta a escasear. A la altura de un portal cuya cerradura parecía estar rota nos detuvimos y me hizo un gesto para entrar, creo que fue el primer gesto amable que me dedicó en toda la noche. Subimos dos pisos con mucha calma por las escaleras hasta llegar a la puerta del 2ºB y la golpeó con fuerza.
No fue hasta que volvió a llamar una segunda vez que alguien nos abrió. Una muchacha de mi altura apareció al otro lado de la entrada, tenía una medio melena rubia totalmente despeinada, ojos azules y vestía únicamente con una camiseta negra de Iron Maiden y unas bragas azules. No parecía contenta de vernos.
- ¡¿QUÉ?! - Nos gritó.
Zero entró directamente cogiéndome de la mano, apartando a la rubia y haciéndome pasar. Los ojos de la muchacha echaban chispas.
- ¡¿Qué putas horas son estas de traer a.... Quién es esta?! - Dijo enfurecida.
Zero pareció ignorarla y siguió caminando poniendo un brazo derecho sobre mis hombros en gesto protector y pasamos a través de un pasillo. Estaba todo muy oscuro y la única luz que había era la que entraba por la puerta y la claridad que empezaba a entrar por una ventana a mi derecha.
- Yaros está de guardia esta noche ¿no? - Pareció preguntar dirigiéndose a la rubia pero sin dejar de caminar.
- ¡Si, pero deja de ignorarme! ¡¿Quién es esta?! ¿Y esa sangre? - Le preguntó una vez más agarrándolo del antebrazo. Su presa debió ser fuerte porque él se detuvo en seco.
- Mañana - Dijo él volviéndose con voz furiosa. Se quedaron mirándose fijamente a los ojos con el ceño fruncido. Apenas vi nada en la negrura, pero entre ellos había una especie de entendimiento que no comprendí. Ella terminó bufando de forma grosera y Zero y yo entramos en una habitación - Estás a salvo - Me dijo.
La luz del amanecer empezaba a entrar por la ventana pero yo me había quedado paralizada en el sitio. Observé la pequeña habitación con aquella gran cama de matrimonio de sábanas azules, una mesita de noche y un armario empotrado como única decoración, todo muy sobrio. Él se paró ante mí muy cerca y se arrodilló, sus manos comenzaron a tantear mi pierna izquierda, con un cuidado especial a mi muslo y su vendaje. Sus manos eran cálidas y diestras, y tenía esa forma delicada de tratarme que no podía explicar cómo me seducía, como si de una muñeca me tratase. Desanudó el vendaje despacio y para mi sorpresa no vi herida alguna, recordaba el latigazo de dolor que había causado una bala atravesarme el muslo pero no había nada, ni corte ni agujero ni sangre. Él levantó la vista con una medio sonrisa y tirando el trapo a un lado se puso en pie.
- Pero... ¿Cómo? - Le dije al tiempo que me daba la espalda - ¿Quiénes eran esos hombres? - Empezó a correr una pesada cortina para cubrir la luz que entraba por la ventana - ¿Y qué querían de mí? - Seguí preguntando al ver que no me contestaba, apenas podía ver su silueta en la oscuridad - Dime dónde estamos al menos ¿Qué lugar es este? ¿Quién es...?
- Mañana - Dijo él interrumpiéndome cuando estaba frente a mí y me besó. Fue un beso tierno pero ardiente, húmedo y jugoso, de esos besos contenidos e impacientes que van abriendo tu boca poco a poco hasta que terminan devorándote por completo. Mi cabeza dejó de hacer preguntas y mi cuerpo reaccionó a sus besos. Sus grandes brazos estrecharon mi cuerpo contra el suyo y sentí el calor de su ser contra el mío mientras que dejaba mis manos contra su pecho sintiendo el fuerte sonido de su corazón bombear. Mordió mis labios y mi lengua con delicadeza haciendo que todos los vellos se me pusieran de punta mientras mis dedos, casi por voluntad propia, empezaron a buscar el contacto con su piel bajo aquella camiseta roja. Su abdomen era cálido y pude notar el relieve de su recia musculatura a la par que sus manos empezaron a bajar hacia mi cintura. Sentí como mi lengua pedía más y casi sin querer le mordí los labios, y entonces abrí los ojos. Sus ojos verdes como el mar huracanado estaban casi pegados a los míos sin dejar de mirarme, aún ahora no dejaba de vigilar.
Sus hábiles dedos desanudaron el abrigo y sentí la yema de sus dedos acariciar cuidadosamente mi cuerpo desnudo. Por el contrario mis torpes manos intentaron liberarlo de aquella camiseta, y me sentí patosa al casi no ser capaz de sacársela por la cabeza. Cuando lo conseguí al fin él me sonrió ligeramente, sin dejar de estrechar mi cuerpo contra el suyo. Observé su torso, atlético y firme, musculado pero sin llegar a ser un tanque, me pareció de lo más natural. Vi en sus ojos que no tenía la más mínima prisa, pero mi cuerpo hervía por sentirlo dentro de mí... Y así fue. Allí, en aquella habitación desconocida de un piso desconocido de una calle anónima, un desconocido me tomó.
Al poco caí dormida.
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