lunes, 21 de enero de 2013

"Mantendré encendido el fuego, por si piensas venir"

"Fue tal vez una historia incapaz de olvidar,
de las que siempre acaban con un oscuro final,
sueños que se han roto y otros se partieron por la mitad,
labios que están secos pero que aún siguen inquietos por querer besar.

Te seguiré esperando, un año, un siglo, la eternidad,
mantendré encendido el fuego, por si piensas venir.

Naufragaré contigo, unidos conservaremos nuestro calor,
y juntos emprenderemos una ruta sin destino, un romance en el camino,
y al anochecer el viento hará recordar.

Lucharé hasta que pueda vencer este miedo a no poder saber de ti,
y esta batalla loca no encaja su para lograr decir que aquí...

Te seguiré esperando, un año, un siglo, la eternidad,
mantendré encendido el fuego, por si piensas venir.

Naufragaré contigo, y unidos conservaremos nuestro calor,
y juntos emprenderemos una ruta sin destino, un romance en el camino,
y al anochecer el viento hará recordar.

Naufragaré contigo, en la isla del olvido, en la isla del perdido,
y unidos conservaremos nuestro calor.

(Solo)

Naufragaré contigo, y unidos conservaremos nuestro calor,
y juntos emprenderemos una ruta sin destino, un romance en el camino,
y al anochecer el viento hará recordar..."

.............................................

Sober, siempre acertando (bueno, más o menos)

Te espero ¿vale? Tomate tu tiempo, yo me encargo de cuidar del fuego.

miércoles, 16 de enero de 2013

En lo alto de la Torre


Paso a paso, Drago subía la torre del castillo, sin prisa y en silencio. Le gustaban los castillos, sobre todo cuando había sido después de una conquista como aquella.

El castillo de RedMind, del Lord Mastrich era famoso por haber resistido más de 14 asedios en 250 años y nunca haber sido tomado. Sus muros eran impenetrables, sus almenas inalcanzables, su portón de bronce indestructible y un río atravesaba lo atravesaba de este a oeste y les suministraba todos los suministros que necesitase, lo que le permitía soportar el más largo de los asedios.

¿Imagináis la cara del capitán Prod cuando llegó el mensajero del barón Ilismer pidiendo nuestro acero para la conquista de tal fortaleza? Os lo diré, era de incredulidad, apenas se creía que fuese en serio. Garviel reunió a todos los capitanes en su tienda y les preguntó si era posible. Después de una larga reunión, y tras las negativas e imposibles de por parte de todos, el general solo dijo una cosa: “Lo imposible es solo lleva un poco más de tiempo y esfuerzo”. No quiso escuchar más sus quejas y los despachó.

- ¿Por qué no nos escucha? - Preguntó Kodran a su hermano más tarde.

- Quizás sabe algo que no sabemos.

La primera noche del asedio Garviel hizo llamar a Drago para explorar la campiña al amparo de la luna nueva. Cuando llegaron a la cara oeste del castillo, Garviel se sentó sobre la hierba con calma y tranquilidad.

- Dime qué es lo que ves - Le dijo con una sonrisa en la cara.

Drago observó la muralla. No había visto una muralla tan alta en su vida, quizás unos treinta metros. Las torres eran amplias y tenían montadas sobre ellas una serie de catapultas y balistas, no permitirían acercarse al ejército. Además, aquella puerta de bronce macizo daría problemas, ningún ariete lo derribaría en poco tiempo. Siquiera la opción de escalar los muros era factible, pues apenas tenía asideros, ni un experto escalador como él podría trepar por ellos.

Pero después de un largo rato, encontró por donde entrar. Se giró hacia su general y este lo esperaba con una sonrisa

- ¿Lo encontraste? - Le preguntó

- Si... pero eso ya lo sabías ¿no señor?

Su sonrisa fue su única respuesta.

El proceso era simple, Drago y un pequeño grupo de exploradores con armadura ligera se infiltrarían a través del río al abrigo de la siguiente noche  y una vez dentro se dispersarían, saboteando las máquinas de guerra y abriendo el portón principal.

El resto de la batalla fue el habitual estallido de violencia. Vencieron.

Pero volvamos un momento a la torre, pues allí pasó algo para lo que él no estaba preparado para ver.

Los pasos de Drago eran casi imperceptibles, sus movimientos fluidos y suaves incluso en territorio desconocido y su oído agudo como el de un zorro. Con razón era el capitán del mejor escuadrón de exploradores.

Siguió subiendo por aquella escalera de caracol hasta que escuchó un ruido más adelante. Por instinto se ocultó y llevó su mano al arma que le colgaba del cinto. ¿Quedarían más enemigos atrincherados? Si así era estaba preparado para darles caza en aquella palpable oscuridad.

Avanzó con cautela y cuando casi llegó al fin de la escalera encontró una escena que no esperaba. Encontró un hueco en el muro izquierdo y se ocultó allí esperando tener una buena visión de lo que sucedía.

Vio, junto a un gran ventanal, a Garviel abrazando a una figura. Apenas tenía línea de visión desde su posición, pero reconoció la armadura de su general, también vio unas cadenas con unos grilletes abiertos en el piso.

- He venido a buscarte - Le escuchó decir.

- Estoy cansada Garvi - Dijo la segunda voz, una voz femenina y dulce, pero apenada.

- Lo sé, solo he venido a buscarte - El soldado notó una flexión en su voz, un detalle que intentaba ocultarse de ellos.

- No sé si quiero salir de esta torre, los minutos se me hacen eternos dentro y fuera de ella, me es difícil respirar y no encuentro aire puro entre estos muros - La voz de la dama se quebró ante el inminente llanto.

En ese momento Drago vio como su buen amigo se separaba un poco de la muchacha y le levantó el rostro. Era una hermosa doncella de rostro ceniciento y cuerpo menudo, tan hermosa que parecía que despedía luz por sí misma. Por un momento se sintió embobado y casi se descubre de su escondite, pero los años de entrenamiento en los letales bosques del norte le hicieron volver a centrarse.

- No llores mas, deja de hablar - Le dijo Garviel suavemente mientras la miraba a los ojos - toma tus alas y empieza a volar, sabes que tu eres más fuerte que todo esto, sabes que no te podrán vencer.

- Pero... - Dudó ella.

- Confía en mí - La interrumpió él mientras apoyaba su frente en la de ella - Me quedaré aquí contigo hasta que alces el vuelo una vez más.

Ella empezó a sollozar.

- Tengo miedo, Garvi. - Que una voz tan dulce dijese una palabra tan fea como “miedo” hizo que el corazón de Drago comenzase a temblar, una dama así no debería sentir esas cosas.

- Abandona tus miedos, nunca hicieron nada por ti. - Ahí estaba otra vez, el detalle que se ocultaba de la escena, la flexión en la voz del general.

Garviel se puso en pie en aquel momento, dándole algo de espacio a Drago para ver a la doncella. Un suave vestido azul oscuro envolvía su pálida piel  y sus cabellos castaños caían sobre sus hombros. Sus ojos almendrados se ocultaban entre sus manitas y las lágrimas cruzaban su rostro. Pero lo que más le sorprendió fue cuando vio que unas hermosas alas de águila brotaban de su pequeña espalda.

- Lo sabes - volvió a decir su general - levántate ya y se libre al fin. Decide tus pasos al andar y no dejes que nadie te diga qué hacer. Creo que todo esto tal vez, al final, te hará sentir bien.

Entonces fue cuando ella se levantó y extendió sus alas. Drago no podía creer lo que estaba viendo, ante él se tenía a la criatura más perfecta y hermosa que jamás hubiese visto, su mera presencia hacía que la estancia se iluminase con luz propia. La muchacha estaba descalza y sus pasos eran al principio temerosos, pero poco a poco tomaron confianza, y se acercaban hacia el gran ventanal. Allí ella miró al cielo, a las estrellas, con una ligera y tierna sonrisa. Entonces fue cuando ella se giró y le ofreció su pequeña mano al caballero.

Él se acercó despacio, como si midiese cada paso, como si buscase alargar el instante todo lo posible. Con ambos en pie Drago se dio cuenta de que la gran altura de Garviel realmente hacía que  ella pareciese más pequeña y frágil. Finalmente alzó su mano y tomó la de la chica alada.

- ¿Vendrás conmigo? - Pregunto ella.

Él la miró a los ojos y se acercó al ventanal y a ella. Tras uno instantes, alzó la vista hacia la cúpula celeste que sobre sus cabezas se encontraba. Era realmente una visión hermosa, un caballero de blanca armadura junto a una muchacha tan hermosa que casi parecía de otro mundo, y sobre ellos, un cielo plagado de estrellas.

- Ven conmigo por favor - Suplicó ella en un susurró.

Drago vio como el caballero se mordió los labios. Y el detalle volvió a aparecer en la escena, pero esta vez no pudo escapar a la vista del explorador, revelando lo que estaba pasando por la cabeza de su general, y prediciendo lo que saldría de sus labios a continuación.

- No puedo - Dijo él al fin.

- Por qué. ¿No quieres venir?

- Nunca he dicho que no quisiese.

- ¿Entonces?

La pausa se hizo eterna, pero finalmente Garviel dio un paso atrás, como si necesitase espacio para que sus palabras surgieran, pues eran más pesadas que su propia armadura.

- Quisiera ir hasta el fin del mundo contigo, pero no puedo. Todo lo que soy me pide que huya contigo, pero no puedo. Cada ápice de mi ser me exige que te abrace, pero no puedo. Cada gota de mi sangre hierve por estar entre tus brazos, pero no puedo.

El amargo silencio que se produjo a continuación fue roto por la tímida voz de la muchacha.

- Es tu código ¿no?

El caballero asintió despacio. Ella se acercó a él una última vez y lo abrazó con fuerza, un abrazo de intenso amor que incluso Drago, desde su escondite, esperaba que fuese eterno.

- Nunca dejaste de ser un caballero de la luz - Susurró ella mientras acercaba su rostro al del general, casi hasta el punto de que sus labios se rozaran, para terminar apoyando su frente en la de él - Solo espero que algún día puedas ser realmente feliz. Te esperaré.

Y fue entonces cuando ella extendió sus alas y se fue volando por el ventanal, no sin antes dedicarle una preciosa sonrisa a su caballero. Y su luz se perdió entre la oscuridad y las estrellas.

Garviel se quedó en el lugar con la cabeza gacha durante tanto tiempo que su capitán, escondido, se planteó si salir y poner su mano sobre su hombro en señal de apoyo. Vio su puño cerrarse y temblar, sus dientes casi rechinar de rabia e impotencia y sus ojos empañarse en lágrimas. Pero al poco, volvió a recuperar la compostura y musitó una sola palabra, y acto seguido se fue:

- Lo siento.

Pasó junto al oscuro escondite de Drago y por fortuna no lo vio, el eco de sus pasos se perdieron en la noche y el soldado se encontró solo. Al poco se acercó al lugar donde había estado su general y amigo, y no pudo evitar mirar al cielo preguntándose quién era esa hermosa dama. Cuando estaba a punto de irse del lugar, sus ojos se posaron sobre una pluma blanca que había en el suelo. Se agachó y la tomó. Esa noche le había proporcionado muchas preguntas, quizás demasiadas. ¿Cómo sabía Garviel que el castillo era conquistable? ¿Quién era esa muchacha? ¿Qué relación tenía con su amigo? Pero sobre todo, había una pregunta que lo carcomía.

¿Por qué el rostro de la doncella le parecía tan familiar?

martes, 8 de enero de 2013

Oscuridad


Y allí se encontraba Garviel, sobre un acantilado, y frente a si la niebla de la noche y de las dudas. Solo el rumor de las olas surgía de la oscuridad. Comenzó a despojarse de la armadura despacio, como si el frío y la humedad no hicieran mella en su cuerpo. Kamou se encontraba junto a él, preguntándose qué era lo que estaba haciendo. El general entonces se volvió hacia su capitán con una sonrisa.

- Cuando has llegado hasta el borde de todo lo conocido y estas a punto de saltar hacia la oscuridad de lo desconocido - Dijo despacio -  la fe es saber que una de dos cosas van a suceder.

- ¿Cuales son?

- Que habrá algo sólido que te sostenga o que uno sabe volar.

Entonces saltó, despojado de cualquier miedo.

Congelados en el Campamento


Esa noche el frío era realmente intenso, la verde llanura sólo iluminada por el lucir de la luna llena me acompañó en mi paseo, pero no era un paseo como el que dimos en la orilla del desierto antes de la Batalla de los Cuatro Soles, ni como el que disfruté durante mi rebelión contra todas las Reinas por las que había luchado en la Arboleda Maldita. Este paseo era distinto. Mi mente se hallaba bloqueada y mi genio eclipsado por los fantasmas contra los que había luchado en el pasado y los imaginarios lamentos de sus viudas.

La llanura era en verdad hermosa. Verde y fértil, tan idílica que mis soldados insistieron en acampar en el lugar. Ellos disfrutaban jugando a las cartas y contando anécdotas junto a las lumbres, quizás  inconscientes de que algo me ocurría. Pero ¿Acaso era yo sabedor del origen de mi pesar? Lo que si era cierto es que la impaciencia por conocer nuestro próximo movimiento se notaba en el ambiente.

Volví a mi tienda con premura, atravesando el campamento por donde menos fuera visible mi presencia. Mi tienda, mi pequeño refugio donde estudiaba las tácticas de mi enemigo y reflexionaba sobre el mejor plan a trazar, estaba decorado a modo espartano, un catre, una gran mesa redonda donde descansaban cientos de mapas y mi baúl, sobre la que descansaba mi armadura, la que me acompaña desde que pisé por primera vez el campo de batalla, hace ya mucho tiempo.

Me puse de nuevo con los planos, llevábamos semanas en aquel lugar, y mis miedos se hacían cada vez más patentes: no teníamos un destino claro. Después de tantas batallas, tantas guerras y tanto saqueo nos habíamos quedado sin un solo lugar al que acudir, siquiera un contrato de mercenarios de ningún duque estupido. Caí duramente sobre la silla de madera, extraje un cigarro de mi chaqueta y comencé a fumar, esforzándome en centrar mi mente. Debía encontrar una solución a aquella no pequeña pesquisa pronto, pues un ejército sin rumbo era caro de mantener y fácil de eliminar... y era un ejército hambriento.

Tras unas horas sentí una presencia entrar en la tienda. Yo estaba recostado en mi asiento y ella procedió con el saludo militar.

- ¿Señor, quiere que le traigamos la cena? - Dijo con respeto

Me quedé un momento observandola, aun llevaba su uniforme puesto y la espada en el cinto. Su postura aun firme y congelada en un saludo militar con el casco bajo el brazo hizo que recordara los tiempos en los que aun era joven. Ella era una de mis mejores capitanes, estaba conmigo desde la batalla de las Cinco Puertas y su presencia motivaba a las tropas mejor que cualquier estandarte.

- Sí - Dije al fin- cenaré aquí.

- Señor... - Titubeo - … ¿Por qué no come con nosotros?

Su pregunta me cogió totalmente desprevenido, así como su mirada y expresión al ojear el estado de la tienda. Sus ojos se detuvieron especialmente en donde habían estado mis antiguos tabardos, arrancados durante mi rebelión contra toda Reina que pretendiese creer que podía utilizar mis fuerzas a su antojo, ahora solo había un descosido y un pobre parche que había puesto a la tela.

-Tengo trabajo que hacer, y mejor que lo tenga acabado antes de esta noche - Quise sentenciar.

- Señor, ¿permiso para hablar con franqueza? - Apenas esperó a que asintiera - Mi General, aquí apenas se puede respirar, fuera podrá disfrutar de la compañía de sus soldados y creo que necesita alejarse un poco de eso - Señaló mi mesa.

- ¡Quizás para ti “eso” sea una tonteria! - Dije, levantándome y alzando la voz - ¡Pero de “eso” depende nuestro sueldo y que salgamos a alguna guerra pronto!

- Lo se muy bien, pero aquí encerrado no lo va a solucionar en una noche, y menos en un ambiente tan cargado. Deje de hacer el estúpido.

Su franqueza me dejó patidifuso, lo dijo todo con una sonrisa y sin un ápice de malicia. Solo quiso remarcar lo evidente, y razón no le faltaba: No llevaría a mis hombres a ningun sitio si no encontraba donde llevarlos, y si mis ideas no vienen a mi, debía salir a buscarlas.

Me ofreció la mano, que tomé con indecisión y tiró de mí hasta sacarme de mi guarida. Fuera nos esperaban una pequeña selección de mis mejores soldados: Habían organizado lo más parecido a una fiesta que habíamos tenido desde que llegamos a la llanura. El buen doctor, saltándose todo protocolo, me dió un caluroso abrazo y me ofreció una cerveza helada. El resto de mis capitanes estaban allí: El Capitán de los Exploradores del Infierno, los que encontraban la ruta de suministros del enemigo allá donde estuviesen; el Capitán de la Legión de Acero, los que primero manchaban el campo de batalla con la sangre del enemigo; el Capitán de la Red Interminable, los mejores espías y buscadores de cualquier punto débil; el Capitán de la Arboleda Impenetrable, expertos en defender cualquier emplazamiento y capaces de resistir cualquier asedio. Junto a ellos se encontraba un joven sargento que recientemente había hecho buenas migas con el grupo, su escuadrón había superado todas las expectativas en el campo de batalla y le augurabamos un gran futuro militar.

Y curiosamente me sentí bien, mucho mejor de lo que me sentía dentro de la tienda, y es que cuando un problema no parece querer que lo soluciones tu solo hay que dejar que se solucione por sí solo. El tiempo, el aire fresco, una cálida compañía junto a la lumbre y una buena cerveza harían de esa espera más llevadera.

Y habrá mas batallas, y más guerras, porque tal y como dijo el Capitán de la Legión de Acero:

“Da igual cuan civilizado se crea cualquier pueblo, siempre acaban igual, matándose los unos a los otros”