lunes, 25 de febrero de 2013

Recuerdos (parte segunda)

Y el mundo lentamente volvió a su lugar, despacio y sin prisas, al igual que la consciencia de Nayram.

- … por cierto, la Princesa ha estado preguntando dónde te encontrabas - Le pareció escuchar en la lejanía una voz ruda y profunda. Una conversación ya empezada.

- Eso tengo entendido ¿Qué le has dicho? - Le contestó una segunda voz, más calmada.

- La verdad, como siempre, que estabas atendiendo a tus responsabilidades

- Bien hecho - Su voz denotaba un arrojo de satisfacción - Kodran, encárgate de todo durante un tiempo, tengo cosas que atender.

- Sin problema, pero no vuelvas tarde, ya sabes el carácter que tiene. - Y le pareció escuchar un pesado trote que se alejaba.

El mundo de Nayram volvió despacio y al abrir los ojos aún tenía la visión emborronada. Una rápida mirada a su alrededor le dio a entender que estaba en una tienda de campamento. Estaba oscuro, solo iluminado por unas sencillas velas. Un súbito resplandor hizo que ella entrecerrase los ojos al abrirse la tela de la entrada. Una alta figura entró en el lugar y se mantuvo en la entrada.

- Al fin despertaste - Era el segundo hombre - ¿Cómo estás? - Preguntó dejando caer la tela de la entrada y tapar un poco la luz.

Aún se encontraba confusa ¿Qué había sucedido? Recordaba todo como si de un sueño se tratase, o una terrible pesadilla. Entonces fue cuando recordó a la bestia y se incorporó de repente. Y el dolor volvió a su pecho y sus miembros.

- No deberías hacer movimientos bruscos - dijo él acercándose despacio - No estás recuperada todavía.

Ella se palpó el pecho y vio que tenía un vendaje con un suave tono rojizo. El lacerante dolor la empujó a tumbarse pero ella siguió luchando.

- ¡¿Quién eres tú?! - Quiso saber la muchacha entre sus dolores y aun intentando incorporarse - ¡¡Y deja de acercarte!!

El muchacho siguió caminando sin hacer caso a su réplica, solo caminó más despacio y en silencio tomó uno de los asientos que se encontraban cerca de la cama donde ella reposaba, pero dándole espacio. Su vista se fue aclarando poco a poco. Era un muchacho alto y delgado, vestía con una simple túnica azul marino sin apenas ninguna decoración. Tenía el pelo algo alborotado y esbozaba una sonrisa. Parecía tener su misma edad. Sus ojos verdes acompañaban a su mirada tranquila, junto a una pizca de curiosidad.

Ella se relajó un momento, el hecho de que el chico se mantuviese a distancia la tranquilizó un poco y volvió a tumbarse en la cama. El dolor dejó de fustigarla con tanta fiereza pero no desapareció. Tuvo un respiro y siguió mirando la habitación. Era bastante espartana para su gusto y apenas dejaba entrar la luz. Había un pequeño baúl a los pies de la cama y una mesa junto a la entrada. También vio algunas sillas más en la tienda y sobre una de ellas observó que estaban su arco y armadura, junto al resto de su ropa. Con temor miró debajo de sus sabanas y vió que llevaba una ropa que no era suya, una suave tela oscura que cubría su cuerpo. Se tapó rápidamente en un arrojo de vergüenza.

Echó una mirada de reojo al muchacho, quien no se había movido ni un milímetro de donde se había colocado. Ante la súbita pregunta que sus ojos hacían, él respondió:

- He lavado tus ropajes y estoy intentando arreglar tu armadura. Como ves todas tus pertenencias están a la vista a la espera de que te recuperes. Lo siento por tu caballo, pero no sobrevivió a sus heridas. - Lo dijo todo con mucha calma y muy despacio pero con la seguridad del que es sabedor de que sus palabras son ciertas - Tu brazo y tu pierna están a punto de sanar del todo pero me preocupa la herida en tu pecho, es más profunda de lo que esperaba, pero estarás bien, simplemente procura no moverte demasiado.

El chico habló y la chica escuchó, pero no pudo evitar darse cuenta de que le estaba ocultando algo. No le había mentido en ningún momento, simplemente había omitido una verdad.

- ¿Y mis compañeros? - Quiso saber ella.

- Sobrevivieron cuatro, gracias a ti. Están fuera esperando verte - Dijo él haciendo un gesto hacia la entrada - Has sido muy valiente.

- ¿Y qué era aquella cosa? ¿Aquel monstruo? - Aún le temblaba todo el cuerpo al recordar los ojos de aquel ser.

- Un Tigre Kalivinita, una bestia de mi región. Llevaba tras su pista desde hacía varias semanas. - Contestó él con calma. Ella iba a hacer otra pregunta pero el chico la interrumpió - Ahora debes descansar, le diré a tus amigos que entren, realmente quieren saber si estás bien por sus propios ojos.

Mientras sus pasos se dirigían a la entrada se dio cuenta de que había una pregunta que había hecho y él no le había contestado. Los movimientos y los pasos del muchacho le recordaron súbitamente a algo que le había contado Viktor una y otra vez en sus historias: “Por sus ojos, por sus palabras, por sus pasos, los reconocerás”

- ¡Espera! - Le gritó - Gracias, mi nombre es Nayram.

Esto hizo que él detuviera sus pasos justo en la entrada de la tienda, ya con una mano preparada para abrir la pesada tela que los resguardaba. Entonces se giró y la miró.

- Mi nombre es Garviel Caprih de Kalivan, caballero de la Orden de la Luz. - Le hizo una suave reverencia con la cabeza y abandonó la estancia.

Fue entonces cuando entraron sus cuatro compañeros. Le contaron que había estado inconsciente durante tres días y que estaban terriblemente preocupados, pues realmente pensaban que su pequeño cuerpo terminaría sucumbiendo a tan grandes heridas. Ella se alegró de verlos pero echaba a alguien en falta, alguien importante.

- ¿Y Viktor?

Ellos, apesadumbrados, le explicaron que no solo había huido y los había abandonado a su suerte, sino que se fue con toda la recaudación. Se encontraban no solo en la situación de que su líder los había dejado, sino que estaban completamente sin blanca. A ella no le preocupó tanto eso, sino que Viktor, el hombre al que respetaba y admiraba, el hombre al que amaba, el hombre con el que había pasado tantas noches bajo las estrellas siendo ellas las únicas testigos de su pasión, los hubiese abandonado a su suerte.

Y ella se encontró con el corazón roto.


...Continuará...

viernes, 22 de febrero de 2013

Recuerdos (parte primera)


Eran otros tiempos.

Era un día cálido y soleado de verano en el reino de Fanth. Nayram era una pequeña y joven soldado que escoltaba a caballo a los mercaderes de su ciudad a través de los caminos para ganarse la vida. Ella y su pequeño grupo, liderado por un hombre llamado Viktor, llevaban trabajando como guardaespaldas durante tres años y el negocio iba bien, aunque tampoco tenían que enfrentarse a mucho más que a algún que otro bandido, la presencia de aquellos diez soldados armados a caballo amedrentaba a la mayoría de los saqueadores.

Su líder era realmente admirado por el grupo, en especial por la pequeña Nayram pues su gran experiencia y sabias palabras siempre habían conseguido inspirarla. Este era un buen estratega y conseguía rentables contratos con los mercaderes del lugar, les había enseñado a luchar y a organizarse. Él siempre mostró un trato especial para con ella. y a pesar de ser un hombre de humilde cuna, siempre le habló sobre los preceptos de las órdenes de caballería durante las largas noches en los campamentos, arropados por la luz de las estrellas.

Se encontraban cabalgando juntos sonriéndose el uno al otro. Habían compartido muchas cosas juntos, no solo como compañeros, sino como amantes y enamorados. Aun recordaba cuando lo conoció en una turbulenta taberna hacía más de tres años. Él se sentó en la mesa donde ella estaba cenando, se presentó y le habló de su vida, la cual era bastante interesante. Tras una larga charla él le confesó que estaba reclutando a gente para un grupo de guardaespaldas y que pensaba que ella podría dar al equipo el toque que les faltaba. “Nada más verte he sabido que tenía que convencerte para que te unieses a nosotros”. Y entre risas ella aceptó. Y hasta entonces su vida en todos sus aspectos había ido como ella quería.

Pero ninguno esperaba era que el destino tenía otros planes para ellos, pues en aquel camino, sus vidas cambiarían para siempre. Porque la Dama del Destino siempre nos sorprende con vueltas y giros, con encrucijadas y decisiones, con cosas que al principio no entendemos pero terminamos aceptando y comprendiendo. Y fué aquel día cuando los pasos de ella se cruzaron con los de él.

Entonces fue cuando apareció. Algo grande saltó hacia el carruaje y prácticamente lo aplastó. Antes incluso de que pudieran percatarse de qué los atacaba, uno de los guardias cayó contra el suelo decapitado. Los caballos comenzaron a chillar y encabritarse y a duras penas pudieron controlarlos. Nayram hizo girar su caballo y contempló a la bestia.

El terror congeló el tiempo y nuestra protagonista vio la gran cantidad de detalles de la anatomía de la rugiente bestia. Su cuerpo era ancho y poderoso, con un leve aire atigrado a causa de la cabeza y sus grandes colmillos del tamaño de un sable. La cuadrúpeda criatura se alzaba sobre los restos del carruaje y del cadáver del mercader, podían observarse perfectamente las placas azuladas que formaban su coraza natural, con la resistencia de la piedra y la flexibilidad de la piel. De sus potentes cuartos delanteros asomaban unas garras largas y afiladas como dagas y su escamada cola terminaba en una ensangrentada cuchilla afilada siempre en movimiento.

La velocidad de la bestia cogió por sorpresa a todo el escuadrón. De un salto alcanzó a dos de los soldados y los tumbó junto con sus caballos. Si su gigantesco pesó no fue suficiente para darles muerte nunca lo sabremos, pues las monstruosas fauces del ser se cernieron sobre ellos.

Nayram por instinto disparó una saeta que rebotó inofensivamente contra la coraza. Varios de sus compañeros la imitaron con no mejor éxito. Los disparos atrajeron la atención de la bestia y esta volvió a saltar sobre uno de los más jóvenes del grupo, abriendo su armadura con las garras sin apenas esfuerzo. Era increíblemente rápida para ser una criatura de tal tamaño. Los gritos de dolor y pánico del joven acompañaron la escena, pues la bestia alzó su rostro hacia los pocos que quedaban en pie. Fue entonces cuando los ojos Nayram buscaron a su capitán en busca de su liderazgo.

El hombre estaba ya lejos, había salido huyendo al galope y por su lejanía hacia mucho que los había abandonado. Un agrio sentimiento de traición y engaño invadió a la muchacha, pues el hombre en el que más confiaba y por el que se había arriesgado incontables veces la había dejado atrás.

No sabía cómo proceder, nunca antes se había encontrado ante un ser semejante y sin el apoyo de Viktor solo se le ocurrió una cosa:

- ¡¡Dispersaos!! - Gritó a sus compañeros mientras cargaba otra flecha - ¡¡Dispersaos!!

Los cuatro compañeros le miraron con incredulidad al principio, pero al momento siguieron su orden y se internaron a galope en el bosque. La bestia se relamió entonces y pareció a punto de saltar sobre uno de ellos. Fue entonces cuando ella soltó la tensa cuerda de su arco y dejó volar la flecha. Esta voló certera hacia su objetivo y le alcanzó en el morro, haciéndole un corte al animal.

La criatura emitió un leve chillido de dolor y se encaró contra Nayram. La visión de sus rojos ojos hizo que el miedo volviera a asomar. Soltó el arco y desenvainó su espada ante los movimientos de la bestia, que amenazaba con saltar sobre ella.

- Vamos... ¡Vamos!

Todo sucedió en un instante. La bestia cargó contra ella con un rugido. Ella estaba lista para golpearle con su espada pero su caballo se encabritó de nuevo, dándole la oportunidad al monstruo de con un solo golpe abrirle las tripas al animal. Esté cayó de costado aplastando así la pierna de Nayram y dejándola inmovilizada y desarmada.

El susto y el miedo fueron sustituidos por el dolor cuando la bestia se colocó sobre el corcel y sus garras rozaron su pierna, abriendo un corte profundo en el proceso. Ella impotente vio como la criatura acercaba sus fauces despacio hasta que fue capaz de oler su nauseabundo aliento, parecía no tener prisa en devorarla. Una de las zarpas se puso sobre su pecho y le abrieron una fea y profunda herida de la que empezó a brotar mucha sangre. Era un monstruo sádico que parecía disfrutar con el dolor que causaba.

El suelo empezó a temblar, pero ella no le prestó atención. Daba igual el terremoto que sucediese ahora, iba a morir y aunque intentaba luchaba contra ello todo era inútil. Los colmillos estaban ya a punto de cernirse sobre ella y su vista se empezó a emborronar.

Pero un tremendo y repentino golpe arrojó a la bestia lejos.

Cuando ella giró débilmente la cabeza y apenas vió unas pocas imágenes.

Un caballo gris con armadura. Un jinete que arrojó lanza de caballería rota. La bestia lo miró, resintiéndose de su costado herido.

El jinete desmontó de un salto y se arrancó la capa gris claro que cubría su brillante armadura. Mientras desenvainaba su espada se colocó entre la bestia y Nayram.

Un rugido, una carga. El uno esquivó mientras el otro intentaba golpearlo con sus fauces. Una resplandeciente luz azul de una llama. Un grito. Un quejido felino de agónico dolor.

El sonido sordo de un cuerpo pesado caer sobre el suelo.

Unos pasos que se acercaban a la carrera.

Y el mundo de Nayram desapareció.


...Continuará...

sábado, 2 de febrero de 2013

Una Jarra de Cerveza y Un Encuentro Casual


En la oscura campiña nocturna había una colina que destacaba por encima de todas las demás, pues en lo alto de la colina despuntaba un bonito castillo. Era un castillo fuera de lo normal pues, Lord Albert, el señor del lugar, había preferido que las gráciles formas sobre el pragmatismo clásico con el que estaban construidos la mayoría de ellos. Sus muros eran hermosos y la decoración de las almenas sorprendía incluso al observador más crítico. Sus bellas torres formaban un perfil muy particular en aquella obra arquitectónica y su señor era envidiado por ello.

Todo era quietud dentro de aquella construcción, más monumento que fortaleza. Los pasillos apenas transitados por algún que otra pareja de guardias estaban oscurecidos durante aquella noche, y uno de esos pasillos llevaba hasta una gran puerta doble sin vigilar. Aquel umbral no llevaba sino al comedor, un gran comedor de grandes columnas de piedra y grandes ventanales. Aquella sala, iluminada únicamente por la luz de la luna llena que entraba por sus vidrieras, tenía una decoración digna de cualquier príncipe y unas mesas bellas y grandes, aunque abandonadas aquella noche.

Un sutil sonido de un líquido vertiéndose sobre una jarra parece surgir de uno de los rincones más oscuros de aquel comedor. Nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad y allí distinguimos una figura.

Porque allí mismo cubierto con su armadura y sentado en la negrura se encontraba nuestro protagonista, pues deseaba escapar de todos los ojos que lo buscase. Esta era una noche en la que no deseaba ser encontrado.

Kodran querría animarlo a hacer revisión al ejército y a su armamento.

Prod querría hablar seriamente sobre los efectivos que podían tener los posibles enemigos del Lord Albert.

Drago querría llevarlo a alguna colina o arboleda para hablar de posibles puntos de emboscadas.

Kamou querría criticar las pobres defensas de aquel castillo, al que se negaba a llamar fortaleza.

El buen doctor querría compartir una cerveza e intentar solucionar sus problemas.

Y Nayram querría simplemente estar a su lado.

Pero esta noche deseaba huir de sus responsabilidades, y sólo durante una noche intentar disfrutar de su propia compañía. Era un sentimiento egoísta en cierto modo, pero él sabía que toda persona siempre necesita un momento de paz consigo mismo... y él hacía mucho que no estaba en calma consigo mismo.

Desechó los agrios pensamientos que abordaron su corazón y volvió a dar un trago de su jarra de cerveza. Aquel dorado líquido de amargo sabor le devolvió a la realidad y ahuyentó a los fantasmas durante un momento, cerró los ojos y respiró profundamente. Aquel ejercicio siempre le había ayudado, ordenaba sus pensamientos y los simplificaba, dándole así oportunidad de hallar la solución a cada una de sus dudas. Pero aquella noche los problemas se le acumulaban.

Era una de las últimas cálidas noches de verano, que se retiraba con desgana para dejar paso al fresco otoño. Era una etapa dura en su vida pues sabía que en pocas semanas tendría que llevar de nuevo a su ejército a los lejanos campos de batalla. Confiaba en sus hombres, confiaba en sus armas, confiaba en sus capitanes pero ¿confiaba en sus propias decisiones? La paz antes de la tempestad nunca fue amable con ningún general.

Un vaga sensación de inseguridad volvió asomar en su cabeza. Quizás no era tan buen general, quizás ya no servía para la guerra. “Han sido demasiados años siguiendo órdenes” le dijo aquella sensación. El caballero frunció el ceño y la ahogó con otro largo trago de bebida tras lo que depositó con cuidado y en silencio la jarra vacía sobre la mesa.

Mientras rellenaba su jarra se permitió dejar vagar su mente en recuerdos de su pasado. ¿Cuáles eran agrios y cuales dulces? había llegado un momento en el que no distinguía entre ellos.

Pero unos pasos en la lejanía lo sacaron de su ensoñación y una de las puertas dobles se abrió despacio. El muchacho vio entonces como una chica entró en el comedor con paso irregular, y tras cerrar la puerta a su espalda despacio se dirigió a una de las mesas para sentarse en ella. El caballero agradeció en silencio que no se tratase de ninguno de sus capitanes y observó a su nueva acompañante con curiosidad. Al poco esta empezó a llorar.

Aunque la muchacha no se había percatado en el observador que se encontraba en aquel oscuro rincón, ella quedaba totalmente iluminada por la luz de la luna. Era pequeña y de piel morena, su atuendo delataba que se trataba de una de las ayudas de cámara de alguna de las nobles de aquella corte. La chica había dejado caer su rostro sobre sus manos e intentaba ahogar sus sollozos contra la mesa. Lágrimas agrias empaparon sus manos y se deslizaron hasta la mesa.

El muchacho alzó de nuevo su cerveza hasta sus labios y le dio un corto sorbo. Se sintió por un momento azorado por la vergüenza de estar observando a una dama desde las sombras, ese no debía ser el comportamiento de un caballero. Él no era de los que utilizaban el sigilo para obtener ventaja y no pensaba empezar a serlo ahora. Por otro lado ¿no había llegado él antes? Tenía más derecho que ella a estar allí.

Dejó caer de forma ruidosa, casi con ira, la jarra sobre la mesa. Un gran estruendo interrumpió el silencio de la sala y sus ecos resonaron durante unos instantes. Ella dió un respingo y se levantó de golpe asustada, buscando el origen de aquel ruido. Al poco, entre la oscuridad, sus ojos se encontraron con el reflejo de la armadura del caballero.

- Lo siento señor, no sabía que hubiese alguien - Dijo ella, nerviosa.

Él mantuvo el silencio y observó su rostro, se la notaba asustada y sus lágrimas habían empapado sus mejillas. Intentaba mostrar una sonrisa pero aquello parecía más una máscara que un rostro.

- Lo siento señor, me iré enseguida - Repitió ella tras unos segundos de aguantar el silencio.

Ella hizo una reverencia y comenzó a andar hacia la puerta. Él volvió a fijarse en aquel paso inseguro y de alguna forma lo reconoció, pues él una vez había caminado de la misma forma, herido y casi abatido en el campo de batalla. Aquel recuerdo intentó deslizarse con no poco éxito entre las juntas de su armadura y sintió piedad por ella. No era justo que se fuese sola en la negrura de la noche en un momento de dolor, ya fuese físico o emocional.

- Espera - Dijo él con voz firme y alta. Ella se detuvo y con temor se giró. - Ven.

Ella al principio dudó pero terminó por caminar en su dirección. Sus pasos eran inseguros pero trataba de mostrar firmeza, su sonrisa nerviosa delataban que no confiaba en él pero que no deseaba ofenderle y sus manos entrelazadas en la falda de su vestido mostraban deseos de estar sola. Él esperó hasta que tomó asiento mientras la miraba, era realmente bonita, pero no esa belleza propia de las princesas adineradas y consentidas, sino más bien esa belleza surgida de una vida más bien simple y sencilla. Cuando ella tomó asiento él comenzó a llenar una segunda jarra espumosa y se la ofreció en silencio, silencio que ella no rompió al aceptarla. Ella evitaba mirarle directamente a la cara y tras un par de sorbos el caballero rompió el silencio.

- ¿Qué te sucede? - Dijo directamente. - ¿Cómo te llamas?

Ella se azoró y desvió la mirada aún más. Una voz en la cabeza del muchacho lo reprendió: “¿No ves que no está bien? ¿O es que a pesar de verlo has perdido todos tus modales? ¿No ves, idiota, que ha hecho un gran esfuerzo por sentarse frente a ti a pesar de su estado?”. Aquel pensamiento le hizo bajar la cabeza avergonzado y recordó lo que una muchacha del otro lado del océano le recitó en una balada hacía muchos años: “Cuando hay que hablar de dos, es mejor empezar por uno mismo”.

- Mi nombre es Garviel - Dijo sin levantar la mirada de su cerveza - Fui traicionado por mi señora y mi orden tiempo atrás y a veces no sé dónde ir. Rompí con mis principios porque estos conspiraron contra mí.

Ella levantó la mirada y la posó sobre sus ojos por vez primera.

- Vago de campo de batalla en campo de batalla - Continuó Garviel con la cabeza gacha - y creo que solo conozco la guerra... y temo que a mis capitanes y amigos sufran el mismo destino.

- ¿Eres un caballero? - Quiso saber ella, él simplemente asintió - No me gustan los caballeros... son nobles y  los nobles siempre mienten y engañan.

Él bebió de su cerveza pero no levantó la mirada, su condición de caballero volvía a traicionarlo.

- ¿Me hablas de ella, Garviel? - Preguntó al fin.

Él levantó entonces la mirada, no se esperaba pregunta así. No sabía por dónde empezar

- No hay mucho que contar - Empezó, casi mintiendo - Juré servicio por una Princesa y durante años le serví bien y protegí sus tierras. Una noche durante una escaramuza contra unos bandidos unos hombres nos emboscaron, y mis soldados empezaron a caer bajo las flechas de ballesta - El recuerdo se le atragantó, por lo que se tomó una pausa para beber - Un mercenario  llamado Malerik, contratado por la Princesa, los encabezaba - Su voz titubeó  ¿por qué se lo estaba contando? - De no ser por Kodran y Nayram habría muerto en aquella arboleda - Terminó diciendo mientras daba ligeros golpes a su coraza con su mano enguantada.  Se guardó mucho, como que su cuerpo había terminado cubierto por aquellos proyectiles, o que yació casi muerto en la tienda del buen doctor y que este se sorprendió de que siguiese con vida, pues una saeta le había rozado el corazón.

El silencio volvió a hacer acto de presencia. Él no dejaba de mirarla, sus ojos tenían algo especial, como si se fijase en cada uno de los detalles en los que se posaban, aquellos ojos le atravesaban el alma y se sentía incapaz de mentir. Su lacio cabello negro como la noche le ocultaba parte del rostro y su mirada.

- Mi nombre es Doncella - Empezó ella a los minutos, se colocó el pelo tras sus pequeñas orejas y dejó su cara al descubierto, así como los moratones - Los nobles son todos iguales, te prometen una buena vida y que pondrán su espada a tu servicio, pero luego te das cuenta de que la desenvainan a la mínima contra ti. - A ella también se le atragantaban las palabras y le dio un largo trago a su jarra - El muy bastardo me ha echado de su servicio y no ha tenido ni la decencia de hacerlo cara a cara, siquiera un mensajero, me lo dijo otro sirviente. Tengo la sensación de que toda la calidez que me ofreció fue para aprovecharse de mí, y eso me duele más que cualquier otro golpe.

El silencio, solo roto por el sonido de las jarras al posarse sobre la mesa, permaneció de nuevo. Garviel volvió a rellenarlas de espumoso néctar dando la oportunidad al dolor de que se retirase. La Luna continuaba su movimiento a través del firmamento y en ese momento lo que había sido un refugio sombrío estaba iluminado por su plateado resplandor.

- No sé donde ir - Dijeron los pequeños labios de Doncella - No sé qué sentir. Estoy confusa y creo que prefiero la compañía de esta fresca cerveza en esta fría sala a cualquier calor que me recuerde a él y lo que me ha hecho.

El caballero se sentía extraño. Aquel sentimiento que le hacía buscar la soledad en la oscuridad había sido sustituido por la empatía hacia aquella chica. Comprendía la sensación de haber sido recientemente traicionada, pues él ya se había sentido así; Comprendía la confusa sensación de encontrarse sin rumbo, pues él ya se había sentido así; Comprendía la sensación de no desear la compañía de nadie, pues él ya se había sentido así.

Pero las palabras no brotaron de sus labios, había mucho dolor entre ellos, más del que podía sanar su fría bebida y sus escasas palabras. Ella lo miró con dureza, y fué entonces cuando Garviel se dio cuenta de lo evidente. Él hablaba de historias ya casi borradas por el viento y la lluvia del pasar de los meses, pero ella hablaba de algo sumamente reciente. Él tenía la fuerza y las armas que te da el tiempo, pero ella se encontraba desarmada.

Y nuestro caballero hizo lo único que sabía hacer. Descansó su mano derecha sobre la mesa con la palma hacia arriba y se la tendió, ofreciéndosela. Ninguno de los dos se movieron durante un rato, pero la mirada de Doncella había cambiado, de dura a desconfiada, y de desconfiada a tranquila.

Ella le aceptó la mano, poniendo la suya sobre el férreo guantelete que vestía. Acarició despacio el rugoso cuero de la palma y el frío metal que protegía el dorso y tras unos segundos, acercó sus manos hacia las correas de la pieza de armadura. Garviel abrió la boca para decir algo, pero las palabras apenas tuvieron el valor de surgir de su garganta. Ella lentamente y sin ninguna prisa comenzó a abrir aquellas hebillas que fijaban firmemente el guantelete a su brazo.

Primero una hebilla.

Luego otra, quizás más despacio.

Después la tercera correa, dudando entre seguir o detenerse.

Él dejó de mirar a sus manos y posó su mirada en aquellos ojos almendrados que tanto interés estaban prestando al grácil movimiento de sus dedos sobre aquellas piezas de cuero. Había algo en sus ojos que intrigaba a Garviel, quizás fuese el toque exótico que poseían, o quizás fuese esa chispa de sabiduría del que ha aprendido por las malas, o quizás fuese simplemente que poseía una mirada tan profunda que le incitaban a perderse en ellos.

Ella deslizó lentamente el frío, áspero y pesado guantelete liberando la mano de Garviel, el cual volvió a abrir la boca para protestar pero, de nuevo, las palabras no surgieron. Dejó la pieza de armadura a un lado de la mesa y acercó sus manos a la de él. Y entonces ella hizo el primer contacto. Algo chasqueó no sin dolor dentro de Garviel y se preguntó hasta qué punto sabía ella lo que le estaba haciendo, todo lo que representaba aquello. Las manos de ellas eran pequeñas y frescas como la brisa de la primavera. Él se sintió incapaz despegar los ojos de aquella mirada, mientras ella seguía atendiendo a lo que hacían sus manos. Los dedos de ella comenzaron a acariciar la mano del caballero, con lentitud, sin prisa, sintiendo su piel.

- Que calientes tienes las manos - Dijo ella en un susurro - y que suaves.

Entonces fue cuando levantó la mirada y se encontró con los verdes ojos de Garviel. Y ambos sonrieron con temor.

Y El Tiempo pareció dilatarse, decidió eternizarse en ese momento para disfrutar de la vista que le ofrecía aquel comedor nocturno. Una pareja de extraños sentada a la misma mesa, iluminados por la luz de Selene compartiendo secretos y confesiones. Él protegido por una armadura de la que ella le desprendió una parte. Ella que no quería sentir ningún calor y se encontró con la cálida piel de él. Ambos paralizados ante lo que el azar les estaba ofreciendo, ambos sin atreverse a decir nada pues no querían estropear lo que había encontrado, ambos temerosos por sí mismos y por el otro.

Ambos desconocidos, ambos necesitados, ambos almas rotas.

Y ante aquella escena El Tiempo sonrió por la ironía de la situación ¿Podría acaso un alma rota hacer que otra sanase? ¿Podría acaso un caballero caído en desgracia volver a creer en nuevos ideales? ¿Podría acaso una doncella herida volver a confiar en otro hombre que dice ser noble? Fue entonces cuando El Tiempo levantó la mirada a la Dama que se encontraba sentada junto a la ventana entre Selene y la pareja.

- ¿Que pretendes esta vez? - Le preguntó con una media sonrisa el viejo Tiempo a la joven Dama - ¿Otro de tus caprichos?

La Dama del Destino volvió la mirada para observar la escena que el anciano había paralizado y con una sonrisa y encogiéndose de hombros dijo:

- Ya veremos