sábado, 2 de febrero de 2013

Una Jarra de Cerveza y Un Encuentro Casual


En la oscura campiña nocturna había una colina que destacaba por encima de todas las demás, pues en lo alto de la colina despuntaba un bonito castillo. Era un castillo fuera de lo normal pues, Lord Albert, el señor del lugar, había preferido que las gráciles formas sobre el pragmatismo clásico con el que estaban construidos la mayoría de ellos. Sus muros eran hermosos y la decoración de las almenas sorprendía incluso al observador más crítico. Sus bellas torres formaban un perfil muy particular en aquella obra arquitectónica y su señor era envidiado por ello.

Todo era quietud dentro de aquella construcción, más monumento que fortaleza. Los pasillos apenas transitados por algún que otra pareja de guardias estaban oscurecidos durante aquella noche, y uno de esos pasillos llevaba hasta una gran puerta doble sin vigilar. Aquel umbral no llevaba sino al comedor, un gran comedor de grandes columnas de piedra y grandes ventanales. Aquella sala, iluminada únicamente por la luz de la luna llena que entraba por sus vidrieras, tenía una decoración digna de cualquier príncipe y unas mesas bellas y grandes, aunque abandonadas aquella noche.

Un sutil sonido de un líquido vertiéndose sobre una jarra parece surgir de uno de los rincones más oscuros de aquel comedor. Nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad y allí distinguimos una figura.

Porque allí mismo cubierto con su armadura y sentado en la negrura se encontraba nuestro protagonista, pues deseaba escapar de todos los ojos que lo buscase. Esta era una noche en la que no deseaba ser encontrado.

Kodran querría animarlo a hacer revisión al ejército y a su armamento.

Prod querría hablar seriamente sobre los efectivos que podían tener los posibles enemigos del Lord Albert.

Drago querría llevarlo a alguna colina o arboleda para hablar de posibles puntos de emboscadas.

Kamou querría criticar las pobres defensas de aquel castillo, al que se negaba a llamar fortaleza.

El buen doctor querría compartir una cerveza e intentar solucionar sus problemas.

Y Nayram querría simplemente estar a su lado.

Pero esta noche deseaba huir de sus responsabilidades, y sólo durante una noche intentar disfrutar de su propia compañía. Era un sentimiento egoísta en cierto modo, pero él sabía que toda persona siempre necesita un momento de paz consigo mismo... y él hacía mucho que no estaba en calma consigo mismo.

Desechó los agrios pensamientos que abordaron su corazón y volvió a dar un trago de su jarra de cerveza. Aquel dorado líquido de amargo sabor le devolvió a la realidad y ahuyentó a los fantasmas durante un momento, cerró los ojos y respiró profundamente. Aquel ejercicio siempre le había ayudado, ordenaba sus pensamientos y los simplificaba, dándole así oportunidad de hallar la solución a cada una de sus dudas. Pero aquella noche los problemas se le acumulaban.

Era una de las últimas cálidas noches de verano, que se retiraba con desgana para dejar paso al fresco otoño. Era una etapa dura en su vida pues sabía que en pocas semanas tendría que llevar de nuevo a su ejército a los lejanos campos de batalla. Confiaba en sus hombres, confiaba en sus armas, confiaba en sus capitanes pero ¿confiaba en sus propias decisiones? La paz antes de la tempestad nunca fue amable con ningún general.

Un vaga sensación de inseguridad volvió asomar en su cabeza. Quizás no era tan buen general, quizás ya no servía para la guerra. “Han sido demasiados años siguiendo órdenes” le dijo aquella sensación. El caballero frunció el ceño y la ahogó con otro largo trago de bebida tras lo que depositó con cuidado y en silencio la jarra vacía sobre la mesa.

Mientras rellenaba su jarra se permitió dejar vagar su mente en recuerdos de su pasado. ¿Cuáles eran agrios y cuales dulces? había llegado un momento en el que no distinguía entre ellos.

Pero unos pasos en la lejanía lo sacaron de su ensoñación y una de las puertas dobles se abrió despacio. El muchacho vio entonces como una chica entró en el comedor con paso irregular, y tras cerrar la puerta a su espalda despacio se dirigió a una de las mesas para sentarse en ella. El caballero agradeció en silencio que no se tratase de ninguno de sus capitanes y observó a su nueva acompañante con curiosidad. Al poco esta empezó a llorar.

Aunque la muchacha no se había percatado en el observador que se encontraba en aquel oscuro rincón, ella quedaba totalmente iluminada por la luz de la luna. Era pequeña y de piel morena, su atuendo delataba que se trataba de una de las ayudas de cámara de alguna de las nobles de aquella corte. La chica había dejado caer su rostro sobre sus manos e intentaba ahogar sus sollozos contra la mesa. Lágrimas agrias empaparon sus manos y se deslizaron hasta la mesa.

El muchacho alzó de nuevo su cerveza hasta sus labios y le dio un corto sorbo. Se sintió por un momento azorado por la vergüenza de estar observando a una dama desde las sombras, ese no debía ser el comportamiento de un caballero. Él no era de los que utilizaban el sigilo para obtener ventaja y no pensaba empezar a serlo ahora. Por otro lado ¿no había llegado él antes? Tenía más derecho que ella a estar allí.

Dejó caer de forma ruidosa, casi con ira, la jarra sobre la mesa. Un gran estruendo interrumpió el silencio de la sala y sus ecos resonaron durante unos instantes. Ella dió un respingo y se levantó de golpe asustada, buscando el origen de aquel ruido. Al poco, entre la oscuridad, sus ojos se encontraron con el reflejo de la armadura del caballero.

- Lo siento señor, no sabía que hubiese alguien - Dijo ella, nerviosa.

Él mantuvo el silencio y observó su rostro, se la notaba asustada y sus lágrimas habían empapado sus mejillas. Intentaba mostrar una sonrisa pero aquello parecía más una máscara que un rostro.

- Lo siento señor, me iré enseguida - Repitió ella tras unos segundos de aguantar el silencio.

Ella hizo una reverencia y comenzó a andar hacia la puerta. Él volvió a fijarse en aquel paso inseguro y de alguna forma lo reconoció, pues él una vez había caminado de la misma forma, herido y casi abatido en el campo de batalla. Aquel recuerdo intentó deslizarse con no poco éxito entre las juntas de su armadura y sintió piedad por ella. No era justo que se fuese sola en la negrura de la noche en un momento de dolor, ya fuese físico o emocional.

- Espera - Dijo él con voz firme y alta. Ella se detuvo y con temor se giró. - Ven.

Ella al principio dudó pero terminó por caminar en su dirección. Sus pasos eran inseguros pero trataba de mostrar firmeza, su sonrisa nerviosa delataban que no confiaba en él pero que no deseaba ofenderle y sus manos entrelazadas en la falda de su vestido mostraban deseos de estar sola. Él esperó hasta que tomó asiento mientras la miraba, era realmente bonita, pero no esa belleza propia de las princesas adineradas y consentidas, sino más bien esa belleza surgida de una vida más bien simple y sencilla. Cuando ella tomó asiento él comenzó a llenar una segunda jarra espumosa y se la ofreció en silencio, silencio que ella no rompió al aceptarla. Ella evitaba mirarle directamente a la cara y tras un par de sorbos el caballero rompió el silencio.

- ¿Qué te sucede? - Dijo directamente. - ¿Cómo te llamas?

Ella se azoró y desvió la mirada aún más. Una voz en la cabeza del muchacho lo reprendió: “¿No ves que no está bien? ¿O es que a pesar de verlo has perdido todos tus modales? ¿No ves, idiota, que ha hecho un gran esfuerzo por sentarse frente a ti a pesar de su estado?”. Aquel pensamiento le hizo bajar la cabeza avergonzado y recordó lo que una muchacha del otro lado del océano le recitó en una balada hacía muchos años: “Cuando hay que hablar de dos, es mejor empezar por uno mismo”.

- Mi nombre es Garviel - Dijo sin levantar la mirada de su cerveza - Fui traicionado por mi señora y mi orden tiempo atrás y a veces no sé dónde ir. Rompí con mis principios porque estos conspiraron contra mí.

Ella levantó la mirada y la posó sobre sus ojos por vez primera.

- Vago de campo de batalla en campo de batalla - Continuó Garviel con la cabeza gacha - y creo que solo conozco la guerra... y temo que a mis capitanes y amigos sufran el mismo destino.

- ¿Eres un caballero? - Quiso saber ella, él simplemente asintió - No me gustan los caballeros... son nobles y  los nobles siempre mienten y engañan.

Él bebió de su cerveza pero no levantó la mirada, su condición de caballero volvía a traicionarlo.

- ¿Me hablas de ella, Garviel? - Preguntó al fin.

Él levantó entonces la mirada, no se esperaba pregunta así. No sabía por dónde empezar

- No hay mucho que contar - Empezó, casi mintiendo - Juré servicio por una Princesa y durante años le serví bien y protegí sus tierras. Una noche durante una escaramuza contra unos bandidos unos hombres nos emboscaron, y mis soldados empezaron a caer bajo las flechas de ballesta - El recuerdo se le atragantó, por lo que se tomó una pausa para beber - Un mercenario  llamado Malerik, contratado por la Princesa, los encabezaba - Su voz titubeó  ¿por qué se lo estaba contando? - De no ser por Kodran y Nayram habría muerto en aquella arboleda - Terminó diciendo mientras daba ligeros golpes a su coraza con su mano enguantada.  Se guardó mucho, como que su cuerpo había terminado cubierto por aquellos proyectiles, o que yació casi muerto en la tienda del buen doctor y que este se sorprendió de que siguiese con vida, pues una saeta le había rozado el corazón.

El silencio volvió a hacer acto de presencia. Él no dejaba de mirarla, sus ojos tenían algo especial, como si se fijase en cada uno de los detalles en los que se posaban, aquellos ojos le atravesaban el alma y se sentía incapaz de mentir. Su lacio cabello negro como la noche le ocultaba parte del rostro y su mirada.

- Mi nombre es Doncella - Empezó ella a los minutos, se colocó el pelo tras sus pequeñas orejas y dejó su cara al descubierto, así como los moratones - Los nobles son todos iguales, te prometen una buena vida y que pondrán su espada a tu servicio, pero luego te das cuenta de que la desenvainan a la mínima contra ti. - A ella también se le atragantaban las palabras y le dio un largo trago a su jarra - El muy bastardo me ha echado de su servicio y no ha tenido ni la decencia de hacerlo cara a cara, siquiera un mensajero, me lo dijo otro sirviente. Tengo la sensación de que toda la calidez que me ofreció fue para aprovecharse de mí, y eso me duele más que cualquier otro golpe.

El silencio, solo roto por el sonido de las jarras al posarse sobre la mesa, permaneció de nuevo. Garviel volvió a rellenarlas de espumoso néctar dando la oportunidad al dolor de que se retirase. La Luna continuaba su movimiento a través del firmamento y en ese momento lo que había sido un refugio sombrío estaba iluminado por su plateado resplandor.

- No sé donde ir - Dijeron los pequeños labios de Doncella - No sé qué sentir. Estoy confusa y creo que prefiero la compañía de esta fresca cerveza en esta fría sala a cualquier calor que me recuerde a él y lo que me ha hecho.

El caballero se sentía extraño. Aquel sentimiento que le hacía buscar la soledad en la oscuridad había sido sustituido por la empatía hacia aquella chica. Comprendía la sensación de haber sido recientemente traicionada, pues él ya se había sentido así; Comprendía la confusa sensación de encontrarse sin rumbo, pues él ya se había sentido así; Comprendía la sensación de no desear la compañía de nadie, pues él ya se había sentido así.

Pero las palabras no brotaron de sus labios, había mucho dolor entre ellos, más del que podía sanar su fría bebida y sus escasas palabras. Ella lo miró con dureza, y fué entonces cuando Garviel se dio cuenta de lo evidente. Él hablaba de historias ya casi borradas por el viento y la lluvia del pasar de los meses, pero ella hablaba de algo sumamente reciente. Él tenía la fuerza y las armas que te da el tiempo, pero ella se encontraba desarmada.

Y nuestro caballero hizo lo único que sabía hacer. Descansó su mano derecha sobre la mesa con la palma hacia arriba y se la tendió, ofreciéndosela. Ninguno de los dos se movieron durante un rato, pero la mirada de Doncella había cambiado, de dura a desconfiada, y de desconfiada a tranquila.

Ella le aceptó la mano, poniendo la suya sobre el férreo guantelete que vestía. Acarició despacio el rugoso cuero de la palma y el frío metal que protegía el dorso y tras unos segundos, acercó sus manos hacia las correas de la pieza de armadura. Garviel abrió la boca para decir algo, pero las palabras apenas tuvieron el valor de surgir de su garganta. Ella lentamente y sin ninguna prisa comenzó a abrir aquellas hebillas que fijaban firmemente el guantelete a su brazo.

Primero una hebilla.

Luego otra, quizás más despacio.

Después la tercera correa, dudando entre seguir o detenerse.

Él dejó de mirar a sus manos y posó su mirada en aquellos ojos almendrados que tanto interés estaban prestando al grácil movimiento de sus dedos sobre aquellas piezas de cuero. Había algo en sus ojos que intrigaba a Garviel, quizás fuese el toque exótico que poseían, o quizás fuese esa chispa de sabiduría del que ha aprendido por las malas, o quizás fuese simplemente que poseía una mirada tan profunda que le incitaban a perderse en ellos.

Ella deslizó lentamente el frío, áspero y pesado guantelete liberando la mano de Garviel, el cual volvió a abrir la boca para protestar pero, de nuevo, las palabras no surgieron. Dejó la pieza de armadura a un lado de la mesa y acercó sus manos a la de él. Y entonces ella hizo el primer contacto. Algo chasqueó no sin dolor dentro de Garviel y se preguntó hasta qué punto sabía ella lo que le estaba haciendo, todo lo que representaba aquello. Las manos de ellas eran pequeñas y frescas como la brisa de la primavera. Él se sintió incapaz despegar los ojos de aquella mirada, mientras ella seguía atendiendo a lo que hacían sus manos. Los dedos de ella comenzaron a acariciar la mano del caballero, con lentitud, sin prisa, sintiendo su piel.

- Que calientes tienes las manos - Dijo ella en un susurro - y que suaves.

Entonces fue cuando levantó la mirada y se encontró con los verdes ojos de Garviel. Y ambos sonrieron con temor.

Y El Tiempo pareció dilatarse, decidió eternizarse en ese momento para disfrutar de la vista que le ofrecía aquel comedor nocturno. Una pareja de extraños sentada a la misma mesa, iluminados por la luz de Selene compartiendo secretos y confesiones. Él protegido por una armadura de la que ella le desprendió una parte. Ella que no quería sentir ningún calor y se encontró con la cálida piel de él. Ambos paralizados ante lo que el azar les estaba ofreciendo, ambos sin atreverse a decir nada pues no querían estropear lo que había encontrado, ambos temerosos por sí mismos y por el otro.

Ambos desconocidos, ambos necesitados, ambos almas rotas.

Y ante aquella escena El Tiempo sonrió por la ironía de la situación ¿Podría acaso un alma rota hacer que otra sanase? ¿Podría acaso un caballero caído en desgracia volver a creer en nuevos ideales? ¿Podría acaso una doncella herida volver a confiar en otro hombre que dice ser noble? Fue entonces cuando El Tiempo levantó la mirada a la Dama que se encontraba sentada junto a la ventana entre Selene y la pareja.

- ¿Que pretendes esta vez? - Le preguntó con una media sonrisa el viejo Tiempo a la joven Dama - ¿Otro de tus caprichos?

La Dama del Destino volvió la mirada para observar la escena que el anciano había paralizado y con una sonrisa y encogiéndose de hombros dijo:

- Ya veremos

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