Hay noches en las que el Caballero se despierta intranquilo y no es capaz de volver a conciliar el sueño de nuevo. Noches en las que un sueño le asalta en su momento de mayor debilidad.
- “Pesadillas” - Responderá cuando sus capitanes de confianza le pregunten.
Pesadillas...
Sin embargo miente. Desearía decir la verdad. Y al mismo tiempo desearía que lo que dijese fuese cierto.
Pesadillas...
No es la primera vez que se despierta en mitad de la noche, ni sería la última. Eso era sobre todo lo que hacía hervir su sangre, la seguridad de que habría más noches como aquellas.
Pesadillas...
Las pesadillas se definen como sueños feos y desagradables. Pero los suyos no eran desagradables, más bien al contrario, eran sueños agradables y plácidos, divertidos y entrañables.
Eran recuerdos.
Aquellas noches revivía momentos que intentaba olvidar. Momentos que se presentaban cuando más débil se encontraba. Tiempos en los que había sido feliz con su Princesa. Los volvía a experimentar con tanta intensidad que al despertar aun podía sentir el roce de su piel en la yema de sus dedos, o el tacto de sus besos en sus labios, o el calor de su cuerpo contra el suyo.
Sonrisas sinceras en la oscuridad...
Confidencias profundas en la alcoba...
Besos reales en la intimidad...
Pasión desmedida ocultos a los ojos ajenos...
Y entonces se despertaba inquieto y febril de amor y pasión. Abría los ojos y se encontraba con el techo de su tienda, y la realidad volvía a golpearlo, porque solo eran recuerdos de algo que murió mucho tiempo atrás.
Era entonces cuando el Caballero, que tan seguro había estado de todos sus actos, dudaba. ¿Había actuado bien? ¿Había hecho lo correcto? Quizás debió ceder. Quizás debió claudicar. Dejar caer su espada y morir en aquella arboleda.
Envuelto en dudas sale de su tienda y comienza a vagar por el campamento. Todos sus capitanes duermen y se encuentra caminando solo entre los pocos fuegos que utilizan los centinelas para alumbrarse, hasta que deja el campamento atrás, con la vana esperanza de dejar también los recuerdos atrás, pero es en vano, porque cuando el caballero amó, lo hizo de corazón, implicandose de la única forma que sabe hacerlo, en cuerpo y alma.
- “Porque otra cosa sería engañarse a uno mismo”- Susurra de memoria, una fracción del rezo de la que una vez fue su orden.
El caballero bajo la luz de la misma Luna Llena que lo vió realizar grandes gestas cae sobre sus rodillas, desarmado, desposeído y solo.
El corazón del caballero se encabrita y comienza a bombear todo lo que tiene dentro. Dudas. Miedos. Desesperanza. Injusticias. Envidias. Indefensión. Mentiras. Deslealtad... Siente su piel arder y el caballero no puede evitar temblar de terror bajo un cielo nocturno sin estrellas.
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Pasan los minutos y las horas, y el caballero al sentir que se calma alza la mirada hacia el horizonte. Su corazón vuelve a latir a un ritmo pausado y su cabeza vuelve a silenciarse, aunque su piel aún hierva, aunque eso no es tan raro en él porque su piel siempre ha ardido cual fuego.
A su izquierda la Luna Llena le dice adiós.
A su derecha el Sol de verano comienza a desperezarse.
El Caballero intenta, esta vez en calma, hacer recuento de sus pasos:
Rompió lazos con la orden de los Caballeros de la Luz, aunque por alguna razón seguía rigiendo su vida con su código.
Se rodeó solo de los hombres y mujeres en los que más confiaba, convirtiéndolos en sus capitanes.
Viajó por el continente, decidiendo por sí mismo sus propias batallas.
Liberó a una criatura alada que él mismo había encarcelado, para ver pasar Abril sin pena ni gloria.
Conoció nuevos rostros y recuperó algunos viejos.
Se enfrentó a todos los males con los que se encontró, y salió victorioso.
Y vivió.
Si todo estaba en orden ¿Por qué lo traicionaba aún la Luna Llena? ¿Por qué sentía que algo no funcionaba bien? ¿Qué era lo que le faltaba?
Al sentir el cálido Sol en su rostro recordó que el verano se acercaba, y sintió que su querida Kalivan lo llamaba. Pronto atravesaría el desierto y las montañas para volver a ver sus bosques y sentir la Cacería.
- ¡¡Garviel!! - Oyó a sus espaldas. Era Kodran, que se acercaba a él cargado con dos grandes tazas de café.
Y el Caballero sonrío, casi le salió natural... casi.
Y los dos buenos amigos hablaron durante horas, de mujeres, de batallas pasadas y futuras y de cierto equipo que necesitaba para su Legión de Acero.
Sí, pronto abandonaría el Sur de nuevo, pero todavía no.
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