El calor del verano se acercaba y el nocturno y cálido viento acunaba a nuestros protagonistas. El ejército se había tomado un descanso bien merecido después de la defensa del castillo de Lord Albert de los malvados Gothrans. Era motivo de celebración y la ciudad vivía en una fiesta constante que su buen gobernador había decidido pagar de su propio bolsillo.
Esta fue la razón por la que los buenos capitanes habían decidido unirse a la multitud y fundirse con la fiesta.
El Doctor O’Beoir observaba a todos con alegría, los buenos soldados se merecían un descanso. La defensa del castillo duró dos largos meses y de no ser por la pericia de sus líderes habrían sufrido enormes bajas, pero aguantaron y rechazaron al enemigo. Y el trabajo del doctor no había sido menos, aún no podía contar la cantidad de veces que Kodran y Draco habían tenido que ser atendidos por su temeridad, en más de una ocasión le habían hecho preocuparse, pero eran soldados duros del norte y a pesar de ser tan distintos en miles de aspectos, aquellos hermanos eran mucho más duros de lo que a veces aparentaban.
Allí estaban todos alrededor de una gran hoguera en medio de la plaza principal, disfrutando de la música, las bailarinas, la cerveza y las canciones. Junto a él se sentaban Kodran y Loui, el ex-sargento recientemente ascendido a Capitán de los Incineradores, bromeando sobre anécdotas de su experiencia como guardia de un pequeño pueblo lleno de ancianos. Más allá estaban Prod y Kamou que no perdían ojo de unas bailarinas que jugueteaban con ellos. Un poco más apartados se encontraban Nayram y Draco acurrucados y medio dormidos ya.
¿Y Garviel?
El buen Doctor casi por deformación profesional no había podido quitarle ojo de encima. Ya hacía casi un año que lo había tenido que traer de entre los muertos y aún se preocupaba por él. El Caballero se había traído a una doncella del castillo, una guapa morena de ojos exóticos y sonrisa sincera. Nadie más la conocía pero parecía compartir cierta complicidad con Garviel, lo que hizo que O’Beoir no pudiese evitar la sonrisa. Estaban sentados en el suelo cerca del fuego escuchando la música, riéndose mientras se susurraban secretos y disfrutando de la buena cerveza.
“Parece que sí que le pude enseñar algo bien” Pensó divertido el Doctor .
Su alegría duró hasta que la bonita cantante cambió el tema de su canción a algo más lento:
Parece mentira
que pudiera confiar en ti,
mi alegría y mi desgracia
para ver este final.
Te agradezco que supieras
sacar de mí tanta fuerza,
fallo mío regalarte
mi vida en tu ausencia.
Los ojos del Caballero, que hasta entonces habían estado perdidos en los de su acompañante, se volvieron hacia la cantante y hacia el compás de su guitarra.
Y al volver encuentro miedo
de vergüenza y de secretos
que rompen todos tus besos
y despiertan mi tristeza.
Y al volver encuentro nada,
miro atrás y me arrepiento
de entregar a quien no debo
todo lo que ya no tengo.
La doncella hablaba aún con Garviel pero este ya no le prestaba atención, estaba perdido en algún lugar lejos de allí, en algún tiempo que ya pasó. El Doctor lo sabía, y maldijo en silencio a la chica que cantaba.
Parece distinto
el sentido de lo justo.
¿qué me das y que te debo
para cerrar este juego?
Sólo me queda, saber
dónde irá lo que te di
si no supiste tenerlo
y conmigo no ha vuelto.
O’Beoir observó el rostro de su General, su sonrisa se había esfumado y vió una expresión que ya conocía. Una expresión que había visto muchas veces cuando se encontraba por las mañanas al Caballero solo acompañado de su café.
Y al volver encuentro miedo
de vergüenza y de secretos
que rompen todos tus besos
y despiertan mi tristeza.
Y al volver encuentro nada,
miro atrás y me arrepiento
de entregar a quien no debo
todo lo que ya no tengo.
Esa expresión era lo que el Doctor llamaba “Rostro de Kalivan”, pues era bien conocido que los Kalivinitas eran gente muy nostálgica cuando estaban lejos de su tierra. Era un rostro cargado de tristeza. La doncella que acompañaba a Garviel pareció notar algo y con un beso se despidió de él.
Y al volver encuentro nada,
miro atrás y me arrepiento
de entregar a quien no debo
todo lo que ya no tengo
Ya no miraré tus ojos,
no quiero volver a verlos.
Fallo mío dar un sueño
a quien no sabe tenerlo.
La canción acabó tal y como había empezado y el ambiente festivo volvió al lugar, con una canción mucho más animada. Todos sonreían, todos reían y todos bailaban, menos Garviel, que tenía la mirada perdida en el fuego. La ausencia de su sonrisa pareció pasar desapercibida por todos los presentes, nadie se acercó a él siquiera para preguntarle por qué su jarra estaba vacía.
El Caballero se puso en pie y empezó a caminar buscando la salida de la plaza. Estaba en otro lugar, en otro tiempo, en otra piel, mas un recuerdo se había cruzado por su mente. O’Beoir no necesitaba que se lo dijesen, conocía al General y podía leer sus pensamientos en su rostro como si fuese un libro abierto. Al verlo alejarse intentó ponerse en pie pero un gran brazo lo agarró de sus ropajes.
- “No eres el único que se preocupa” - El brazo y la voz correspondían al vikingo Kodran.
- “Pues deberíamos ir a animarlo” - Contestó el Doctor - “Es lo menos ¿no?”
- “O podríamos dejarlo tranquilo” - Añadió una segunda voz, la del recientemente ascendido a Capitán.
- “¿Qué quieres decir?”
- “Garviel a veces necesita su tiempo tranquilo” - Dijo Kodran - “Y que no esté aquí no significa que no esté disfrutando de la fiesta. Él es de Kalivan, y las gentes de allí son extrañas. Tanto bosque y tanta lluvia no debe ser sano.”
- “Pero ¿tú no eras del norte? - Quiso saber Loui.
- “No de tan al norte” - Dijo tras un largo trago de su helada cerveza - “Más allá del hielo y la nieve, la tierra de Kalivan se yergue verde y azul, donde sus bosques albergan bestias. Vivir rodeado de seres que pueden devorarte... ¿Qué clase de vida es esa?
- “¿Y acaso no estamos nosotros para ello?” - Los sorprendió la voz de Garviel.
Al volverse vieron al Caballero con cuatro jarras de cerveza, sonriente y con una ligera mirada pícara que les ofrecía, al igual que la bebida.
“Y como siempre, responde con una pregunta, como se cuenta que hacen los de Kalivan” Pensó el Doctor. Era cierto, los caballeros de Kalivan se esforzaban en dar caza a aquellas bestias, y Garviel era uno de ellos.
Rieron y bebieron, disfrutaron de la fiesta. Las oscuras nubes que habían puesto en duda a O’Beoir sobre el estado de su buen amigo habían desaparecido. Aún así, en un momento en el que se quedaron solos se atrevió a hacerle la pregunta.
- “¿Estás bien?”
- “¿Acaso te parece que esté mal?” - Le contestó el General con una sonrisa.
- “Garviel... deja de hacer eso” - Dijo no sin un poco de hastío. - “Antes te he visto una mirada triste”.
Hubo entonces una pausa, Loui y Kodran, que se habían entretenido a buscar más bebida y a tontear con las dos bailarinas que jugaban con Prod y Kamou, comenzaron a caminar hacia ellos. Garviel miró al cielo estrellado y sonrió.
- “No es tristeza, es nostalgia. Nostalgia de tiempos pasados, tiempos donde todo era más claro, tiempos más sencillos, más fáciles.” - Dijo con su mirada “de Kalivan” - “Pero ¿Sabes una cosa?”
- “Dime”.
- “No cambiaría esto, este presente, este momento, por nada del mundo”.
Entonces nuestro protagonista, el buen Doctor, se dio cuenta de lo obvio: Siempre aparecerían nubes en el cielo, pero no por ellos el sol dejaría de brillar.
He de decir q el buen doctor le deberia haber echado tal mirada a la bailaria q habria salido huyendo. Y si, todos los kalivanitas estan un poco loco, tanta humedad pudre el cerebro :P
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