Durante ese tiempo no quiso salir de aquella espartana tienda. Está se había convertido, a pesar de no pertenecerle, en un refugio de lo que le esperaba en el exterior. Había empezado a memorizar los detalles superficiales que había dentro de aquella guarida: El catre era amplio, como para que dos personas pudieran dormir plácidamente, de suaves sábanas blancas y azules y con una manta de piel que había retirado pues le daba mucho calor; Sobre la mesa plegable junto a la cama había una bandeja con una manzana que había dejado a medias y varios libros, al menos hoy había comido algo; Había una alfombra de piel de oso sobre el piso de tela que ya había explorado en uno de los pocos momentos en los que se encontraba lo suficientemente bien para caminar; Al fondo, en la salida, había un armero con una armadura plateada reposando sobre ella, a sus pies descansaba un escudo triangular de la misma tonalidad; Pero lo que más le fascinaba eran los blasones que adornaban la tienda por dentro, eran simples escudos con una palabra cada uno: Justicia, Coraje, Defensa, Fé, Humanidad, Generosidad, Nobleza, Franqueza y Lealtad.
Sus compañeros se habían marchado pocos días antes, tenían familia a la que ver y trabajo que buscar. Viktor se había llevado el poco dinero del que disponían y no podían esperar vivir del aire. Se marcharon con promesas de volverse a encontrar, de que estarían en la capital de Fanth y siempre podría encontrarlos allí.
- Viktor... - Dijo en un susurro.
El solo recuerdo de cómo la había abandonado a su suerte en el bosque hizo que rompiese a llorar de nuevo, un llanto agrio y gris, pero silencioso. Añoraba sus amorosos abrazos, sus profundas palabras, el tacto de su piel de los días en los que la trataba con total delicadeza. Su cabeza y su corazón conspiraban contra ella, pues enumeraban juntos todas aquello en su recuerdo, haciendo su llanto más amargo. Se sentía como una idiota suspirando por el hombre que la había traicionado.
El olor de carne cocinada junto con el rugir de su tripa la sacó de su ensoñación.
El muchacho abrió la tela de la entrada y se acercó a ella.
- ¡Buenos días! ¿Qué tal has dormido hoy?
- Bien - mintió Nayram, como casi todas las mañanas.
Garviel, el caballero que la había rescatado de las fauces de una bestia, era la única constante que se repetía una y otra vez. Durante una semana había estado visitándola todos los días con la precisión de un reloj.
Aquél refugio era de él, era un lugar prestado que compartía sin pedir nunca nada a cambio. Nunca le preguntaba nada, nunca la atosigaba, nunca le metió prisa. Se limitaba a sentarse cerca de ella y contarle historias. Al cabo de los días ella empezó a confesarle lo rota que se sentía, y él pacientemente escuchaba en silencio.
- Ven - Sugirió aquella vez haciendo una señal al exterior.
Aquella simple palabra la atemorizó, pero la calidez y la confianza que empezaba a sentir en el caballero la animaron a salir. El Sol brillaba con fuerza en el cielo despejado y juntos almorzaron sobre el césped, acompañándose el uno al otro con risas y anécdotas más felices que los recuerdos que había conseguido relegar dentro de la tienda. La calidez del Sol, el frescor de la hierba y la buena compañía se encargaron de que el tiempo volase.
El trotar de unos caballos la sacó de su ensoñación, alertándola casi al instante. Dos jinetes se acercaban desde lo alto de la colina y uno de ellos iba armado hasta los dientes. El temor de Nayram desapareció al levantarse Garviel con una sonrisa para darles la bienvenida.
- Garviel, tenemos una reunión en el gremio - Dijo uno de ellos, grande, serio y de rasgos norteños.
- ¿Y acudís a invitarme ó a llevarme preso? - Bromeó el caballero
- ¡Acudimos a decirte que vengas de una vez! - Dijo con voz en grito el otro jinete, pelirrojo, regordete y con una expresión divertida. - ¡¡No imaginas el barril que he traído!!
- Vale Doctor, vale - El muchacho se volvió hacia ella y le tendió la mano. - ¿Te unes a nosotros?
Ella se encontraba aún sentada sobre el césped y no pudo evitar ni mostrar sorpresa en su rostro ni dudar. Aceptó la mano que se le ofrecía y se puso en pie.
- Emmm.... no querría molestar...
- ¡Dejaos de tonterías! - Exclamó el gran vikingo - ¡Vendréis y no se hable más!
Garviel y el pelirrojo estallaron en una carcajada causada por la expresión que había tomado el rostro de la pequeña soldado, entre sorpresa e incredulidad. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a decirle qué debía hacer?
- ¿Vienes entonces? - Insistió Garviel.
- ¡Deja de preguntarle y subela al caballo! - Seguía bramando el gigante - ¡Aunque sea cual saco de patatas!
- Garviel - Le susurró al oído Nayram - No se, no conozco a esta gente ni conozco el lugar a donde vais.
- Te lo pasarás bien, te lo prometo - Le dijo con dulzura - Y si no te gusta, me iré contigo.
Nayram terminó aceptando la oferta, no sin antes haber hecho las presentaciones pertinentes. El gran vikingo se llamaba Kodran, de las tierras del norte. Su castaña cabellera ondulada y su barba le daban un aspecto hosco y taciturno, y su gran torrente de voz no ayudaba a disipar esa idea, aunque bromeaba mucho con sus amigos. El otro compañero era el Doctor O’Beoir, sus rasgos eran mucho más suaves y risueños y parecía tenía una mano especial para los caballos. En el camino mostraron mucho interés en su invitada, esto hizo que Nayram se fuese sintiendo mucho más cómoda. Al poco tiempo se acercaron a un pequeño pueblo rodeado por un muro bajo de madera y de casas que aparentaban recién construidas. Todo el mundo les saludaba y les sonreía con afecto.
- ¿Qué lugar es este? - Le preguntó al caballero en un momento en el que sus acompañantes estaban distraídos.
Él sonrió
- Bienvenida al pueblo de Nirais.
La tarde fue extraña para ella. Llegaron a un gran caserón donde había decenas de cara nuevas y Garviel se encargó de que todas aquellas caras dejasen de ser desconocidas. La acogida fue sorprendentemente cálida, desde el primer momento la incluyeron en sus conversaciones y se interesaron por sus vivencias.
El Gremio de Nirais era un pequeño grupo de luchadores que se habían unido bajo una misma bandera. Organizaban reuniones y eventos, unos para informar a los señores de alrededor de sus servicios, otros para ofrecer sus armas a los pequeños mercaderes, y otras veces simplemente por pura diversión. Eran un grupo entrañable y variado, organizado y divertido, que buscaba primero proteger y después divertirse. Nayram se perdió entre sus nuevos amigos hasta bien entrada la noche. Tsuki, Albert, DK, Malerik, Ruth... Eran nombres que hasta aquel día habían sido totales desconocidos y le habían abierto la puerta a su mundo.
Pero hubo un momento en el que echó en falta a su caballero. Mientras conversaba con una amazona llamada Ruth buscó con la mirada al muchacho. ¿Dónde se habría metido? ¿La había allí dejado sola?
Y en la lejanía, fuera del caserón y al abrigo de la noche lo dislumbró. Allí se encontraba él, alto y enfundado en su armadura plateada, sonriendo a una pequeña chica que aparentaba ser de la nobleza. Aquella morena mujer parecía estar echándole algún tipo de rapapolvo al caballero, el cual se lo tomaba con humor.
- Es la Princesa - Le señaló la amazona, que debió leer la pregunta en el rostro de Nayram.
- ¿Y por qué le esta echando la bronca a Garviel? - Quiso saber.
- A saber... ¿No lo sabes? - Inquirió ella - Garviel es su Caballero Juramentado.
Aquello no debería haber sorprendido a Nayram, pues era de sobra conocido que los caballeros solían jurar servicio a la nobleza, y no era raro que juraran especial servicio a las damas de la corte. Pero aun así, la tomó con la guardia baja.
- Garviel debió volver de Kalivan hace cosa de una semana - Dijo Kodran - Y parece que su alteza no es precisamente paciente.
“¿Una semana?” pensó ella.
Ella terminó saliendo de las sombras haciendo un mohín y marchó lejos. Él salió con la mirada fija en la Princesa y con una sonrisa diferente en el rostro, al poco se acercó a nuestra protagonista.
- ¿Todo bien? - Le preguntó.
- Si, son todos muy buenos conmigo - Le respondió contenta - ¿Te he causado algún tipo problema con ella?
- ¿Estas bien? - Dijo él con su sonrisa.
Las risas sonaban dentro del caserón, sus nuevos amigos parecían buenas personas, especialmente Garviel, quien había aparecido en su vida en su peor momento y con el que sentía una conexión especial. El frescor de la noche veraniega le llegó bajo el abrigo de las estrellas e hizo que temblara. El caballero se descolgó la capa y se la puso con delicadeza, era cálida y suave al tacto.
- Sí - Respondió ella.
Fue entonces cuando Garviel acercó su rostro al de ella.
Y es aquí donde los lectores más románticos se darán cuenta de su error pues creen en lo que no es. Él, un Caballero de la Luz que había jurado su espada a su Princesa. Ella, una soldado que había recibido una herida casi mortal. Él, que debía respetar los votos por los que había jurado vivir. Ella, que no necesitaba a otro amante.
Y fue entonces cuando él la besó en la cabeza
- Eso es lo importante - La tranquilizó él con una sonrisa.
Porque esto, lectores míos, no es un relato de amor, sino de amistad.